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¿Dónde está Elisa? ¿Dónde estuvo Rospide?


ESA CAJA BOBA QUE NOS TRATA COMO IDIOTAS

Nos encantan los secuestros como espectáculo de morbo ajeno (la sangre de los accidentes nos gusta
verla porque no es nuestra). Tanto, que por una de esas casualidades de la vida, cierto canal que iba a emitir una serie chilena sobre el secuestro de una adolescente, un buen día reflotó el caso de la desaparición de una adolescente, pero esta vez de la vida real, el cual terminó con el fallecimiento de la víctima.

Por Matías Rótulo

Ese día, dónde surgió una información que al final no aportó nada nuevo a la causa de esta última adolescente, fue casualmente, algunos días antes que se enunciara la serie “¿Dónde está Elisa?” Le resumo la serie: una muchacha de familia con muchas influencias es secuestrada en un baile.
Resulta que la policía está en busca de la pobre muchachita. Comienzan a aparecerle a la secuestrada un montón de novios entre ellos sus propios primos, lo que nos hace pensar inmediatamente: “Elisa se lo buscó por trola”. Paralelamente, resulta que todos en la familia de ricos y millonarios (siempre rinde contar historias de desgracia de ricos, que son las mismas historias que en la vida real tienen resonancia pública) escondían algo. El padre tenía amantes, la madre y el policía se acuestan, los tíos son unos pervertidos y unas cuantas cosas más. Ahora me pregunto: ¿Qué estarán diciendo todos aquellos entrevistados por Subrayado, antes de comenzar la serie, que opinaban “a todos nos puede pasar”?. Si, “¿Dónde está Elisa?” fue motivo de un informe especial de Subrayado planteando un supuesto tema “la desaparición de adolescentes”, pero no a partir de un hecho concreto, sino desde la perspectiva de una novela chilena ¿Ahora le cierra todo aquello de que un informativo reflotó un viejo caso real en nuestro país, en coincidencia de la presentación de una serie?

ROSPIDE Y ELISA
En nuestro país, o no pasa nada, o pasa todo. Tras la paranoia que algunos padres sienten por la emisión de ¿Dónde está Elisa? (no sé si los padres sienten paranoia, pero como buen periodista que soy, me gusta decir
que percibo lo que siente el ciudadano común en la calle), se pusieron de acuerdo un par de tipos y secuestraron a don Rospide. Entonces, si algo estaba alejado de la realidad, ahora teníamos una nueva novelita televisiva para tirar un par de semanas. Semanas que incluyó especulaciones, largos móviles desde los juzgados, panaderías
de San José, reconstrucción de hechos, e informativos que duraron más de lo normal (normalmente son muy largos), para tenernos bien informados del último chusmerío sobre el caso que nos tuvo en vela: el secuestro de Rospide. No voy a hacer la cronología de los hechos televisivos, cosa que el diario El Observador realizó a los dos días del secuestro de Rospide, pero si el caso tuvo algo singularmente interesante, tal vez no fue el propio caso del secuestro del empresario, sino el papel que tuvo la televisión y mejor aún, el papel que jugó un ministro del interior en todo este tema, hablando sobre la misma televisión que una vez más tuvo
el papel de protagonista y al final terminó siendo -según algunos-, la víctima de los excesos
de los políticos que “nos impiden trabajar con libertad, porque lo hacemos por el bien de la gente, y bla bla...”. Entonces, volvió a primar la lógica de que cuando nos interesa particularmente algo que hace la televisión, la miramos fijamente y levantamos la voz para que la televisión nos escuche. Cada vez que un ministro o jerarca de gobierno, señala a la televisión es porque algo afecta a los intereses de su ministerio o dependencia estatal, sin olvidarnos de algunas cuestiones personales, que en definitiva también son afectadas si es tocado su quehacer político. A Bonomi, la difusión de la noticia le fue de interés particular, ya que su interés (lógico interés)
fue mantener la seguridad del secuestrado. Uno debe recordar a la ex ministra de Salud preocupada por la información que se daba en radio, televisión y diarios sobre la gripe.
Lo mismo que la ex ministra Tourné cuando en la televisión se mencionaba la “inseguridad”, como también lo hizo la ex ministra Arismendi, y los ministros de Batlle para atrás. También la Presidenta del INAU Nora Castro diciendo -con razón-, que en la tele se estigmatiza a los niños del INAU, y puedo dar una interminable lista de jerarcas y ex jerarcas que fueron contra la televisión, sólo cuando vieron afectado su tema político, profesional o particular. Entonces me pregunto ¿Por qué los ministros de educación y cultura, los de antes y los de ahora, no salen a decir nada sobre la televisión, viendo que el interés puesto por los canales para la difusión de la cultura y la educación es mínimo? Por otro lado, el ministro Bonomi de inmediato dijo que citaría a los dueños de los medios para revisar la cobertura de los casos de secuestro. De esa forma, una vez más, se legitima algo que algunos periodistas legitimamos cada vez que alguien nos reclama un poco de conciencia para realizar nuestro trabajo. Esa respuesta que muchos decimos como un verso: “mi jefe es el que me paga y tiene derecho de decirme que hacer”. Imagine al dueño de un taxi que le diga al taxista profesional que se cruce todas las luces en rojo para tener más clientes.
Bonomi se olvida de los periodistas, que en definitiva son los profesionales que como tales, tienen – y deben tener y defender-, su autonomía profesional, son los encargados de informar y que también son los responsables de lo que se informa en un momento tan crítico como un secuestro. Pero lo más importante de todo, es la pregunta que me hago desde hace algunas semanas ¿Dónde está Elisa?

Semanario Voces, jueves 8 de abril de 2010 Nº248

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