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El lado oculto del desfile de Llamadas


Hay un circuito paralelo al oficial en el desfile de llamadas. Entre peajes, tortas fritas, baños improvisados dentro de casas, bebidas alcohólicas rebajadas y vendidas a quien las pida sin preguntar la edad, Pasta Base, y familia, se escuchan los tambores tronar a lo lejos. Mientras por allá, donde se puede,  algunos se hacen el manguito del mes honradamente, otros buscan la trampa para conseguir algo. También hay familias que cuidan que el barrio no se vea afectado por personas que ajenas a él, van a hacer “su mango” a mangazos.

Por Matías Rótulo (publicado el 7/2/2013 en Voces) 

Ser periodista o turista tiene sus desventajas en las calles más cercanas a la rambla Sur los días de las Llamadas: los segundos se pierden y son robados en algunas de las calles (no todos, pero sí hubo algún que otro caso tanto el jueves como el domingo). Tal como aclara Pablo, uno de los habitantes del Barrio Sur, templo abierto del tambor, “esto no es del barrio, sino que vienen de afuera. Acá no hay delincuentes. Nosotros no los conocemos”.

Sobre las 19:00 horas del jueves (primer día de las llamadas 2013), la policía acudió a una denuncia por robo de dos mujeres, turistas ellas, que paseaban por las calles laterales hacía el sur de las Llamadas. Les robaron la cámara de fotos y algo de dinero. “No se puede pasar para atrás, pero a los turistas les gusta ver y se piensan que allá está todo bien” explicó uno de los policías consultados por Voces que aunque no podía hablar con la prensa (por no tener permiso para hacerlo pero incumpliéndolo claramente), dijo conocer la zona por vivir ahí. “Que acá hay delincuentes como en todos lados es cierto, pero también lo es que vienen en las Llamadas a meterse acá para robar de otras partes” explicó el uniformado. Algunos de los vecinos se organizan para cuidar lo suyo pero también para que no se arruine el festejo de las Llamadas. Un festejo que por otro lado, es también un rebusque económico.
El ser periodista e identificarse como tal, no estar acreditado (oficialmente), o no ocuparse de lo que la mayoría de los periodistas busca el día del desfile (las agrupaciones y el colorido) genera ciertas dudas y algunos reclamos: “ustedes vienen por acá solo cuando hay desfile, después se olvidan de nosotros”, manifestó a este periodista una señora que a gritos nos echó de la esquina de su casa como si fuera de ella (¿Por qué pensar que no lo era?) Iba con una escoba en la mano, utilizada como extensión de su brazo derecho agitado a cada grito. El griterío concluyó diciendo “vas a decir que todos los negros somos chorros, como hacen siempre ustedes ¿No?”.

Llamando a la historia
El Barrio Sur, hermano de nacimiento y rival en la cultura del candombe con Palermo vivió una historia de separaciones, discriminación, y caída de conventillos. Una historia que se repite desde la estigmatización diaria (con el cual contribuyen los medios de comunicación) y cierto alejamiento que en la interna barrial se toma como una situación de “ghetto” donde lo que pasa en el barrio se queda en el barrio, lema que confirma la regla. Desde afuera llega (pero sin entrar de todo al barrio) la voz con un tono de alabanza externa a una cultura propia (la de los negros esclavos) que se ha vuelto popular, nacional. Entrar a estos barrios no significa más que sumergirse a un pasado de esclavitud y un presente de solidaridad donde las paredes testimonian la pasión del candombe, con dibujos y mensajes tatuados en la piel de las casas.
El candombe (así como el fútbol el resto del año) es una pasión revivida el 6 de enero, cuando las llamadas de San Baltasar, y luego en las Llamadas “oficiales” se hacen presentes en la zona. También  cada fin de semana hay desfiles en aquellas calles de comparsas que salen para mantener viva la llama de una historia humana y cultural. “Acá está la idea de que el negro de Palermo o Sur es una ‘malandrada’ y no es así. Esto es familia y tambor, trabajo y esperanza” explica Carlos Varela, otro de los vecinos consultados por el Semanario Voces.
Durante las llamadas algunas de las cosas que dicen los vecinos se confirman y otras ponen en duda algunas afirmaciones.

El llamado de la tradición
Entonces, cuando las Llamadas más famosas de todas, las que coincide con el Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas se realizan, el barrio cambia por completo. Las diferentes comparsas preparan los tambores, los ensayos se incrementan y las lonjas tiemblan cada vez más rigurosas, preparando el desfile que además de tradición genera un importante negocio interno y externo. Los premios del desfile determinan una puja interna que se demuestra con los cuestionamientos posteriores a los fallos del concurso. Pero también hay otros que se preparan desde mucho antes: familias enteras que buscan “hacerse el febrero” tal como se dice desde hace un tiempo en el barrio. Lo más conocido es lo que los medios de comunicación se detienen a mostrar. Se trata del negocio del alquiler de balcones que cada vez tiene más oferta y más ofertantes a precios que suben según la ubicación y cuánto más temprano se pretenda adquirirlo. Inclusive en Mercado Libre se puede encontrar un mes antes algunas de las propuestas.
Pero es el mismo día de las Llamadas cuando en las calles traseras, recorriéndolas, se puede encontrar uno con ofertas insólitas, aunque también peligrosas.

Baños públicos
Hace algunos años TV Ciudad presentó un documental en el cual se mostraba una familia que abría su casa en una de las calles paralelas al desfile. Ponía una cortina en el baño y lo alquilaba por entonces a $5 pesos. En toda la zona, el alquiler del baño se hizo una constante en el día de las Llamadas. El comercio de vejigas llenas es muy lucrativo: “nosotros hace dos años que lo hacemos, nos deja buena plata y damos una mano a la gente que necesita” explica la vecina de la calle Maldonado que en la puerta colocó un cartel hecho con cartón ofertando por $15 su baño. La competencia es grande, tanto que pudimos localizar en todo el recorrido desde Carlos Gardel a Minas, en las calles paralelas y transversales unos siete baños. El negocio se hizo insuperable, más teniendo en cuenta que en un espectáculo público tan importante y extenso en horario es casi tradicional no poder encontrar un baño dispuesto por los organizadores para cubrir las necesidades fisiológicas de los espectadores. ¿La limpieza de los baños? La limpieza es digna de cualquier bar (un bar que no limpia sus baños), pero con la diferencia que se trata de una casa de familia. “Sé que debemos limpiar, nos da asco pero ganar en un rato mil pesos nos saca ese asco que sentimos” confesó otra de las ofertantes. 

Comida
No tendría sentido este artículo si se detuviera en uno  de los manjares uruguayos que se ha ganado el respeto del público callejero en la ciudad en los últimos años: la torta frita. Decenas de carros ofreciéndolas, al igual que panchos y garrapiñada, iban desfilando en paralelo con las llamadas ya que la policía los iba corriendo de un lugar al otro. Wilson, un vendedor de panchos ubicado en ese momento en Paraguay y Maldonado dijo que “me corrieron de todos lados, no se puede trabajar”  y mostró su molestia porque “a algunos los corren y a otros no”. Horas después Wilson apareció del otro lado del desfile,, adentro mismo oficiando de vendedor ambulante, sin saber cómo pudo ingresar. Quienes se salvaron fueron aquellos que pusieron sus puestos en las puertas de las casas de familia, aunque sea, muchas veces, sin permiso de las familias. Eso generó algún inconveniente con vecinos que salieron a protestar por el olor a tortas fritas.
Pero el sentido de este apartado gastronómico es contar que otros alimentos estuvieron disponibles en la trastienda de las llamadas: guiso de lentejas (con un calor de 33 grados), asado completo a $300 pesos en una casa de familia donde armaron una mesa con caballetes en la puerta, pollo al horno con papas servidos en bandejas de plástico, y hasta un puesto sobre Zelmar Michellini de refuerzos de mortadela, expuestos al calor del sol veraniego.

Bebidas rebajadas
En las almacenes de la zona apareció todo tipo de bebidas disponibles para el público. Cerveza, refrescos, pero particularmente la caipirinha. En los puestos de la calle, mientras la policía se encargaba de mover a los vendedores de panchos y tortas fritas, en las narices de los cuidadores de la ley, tres hermanos oportunistas tenían sobre dos cajones de feria un cartel que decía “agua bendita” (no nos dejaron fotografiar el cartel). Entonces, uno iba y pedía un litro y de abajo salía una botella de refresco con un líquido que según ellos, era caipirinha. Solo servía observar un poco para darse cuenta que el procedimiento incluía el rebaje con agua traída en bidones blancos. El procedimiento se hacía detrás de una camioneta blanca a pocos metros.
La venta (también a la vista de la policía), se daba tanto a adultos como a menores de edad. El caso de los hermanos del agua bendita fue en Maldonado a pocos metros de la entrada de las comparsas al predio delimitado. También en Paysandú y José M. Roo detrás de un mostrador las bebidas de todo tipo desfilaban a diestra y siniestra. Vale aclarar, que a diferencia de lo que decía Martín, el vecino del barrio explicando que los hechos irregulares no eran propios del barrio, la mesita estaba ubicada y dirigida por una familia que vive en ese lugar y que además de rebajar bebidas, se las vendían a menores. Habría que evaluara entonces ¿Qué es para algunos un delito y qué es para otros?
No se sabe dónde se vende, pero sí se ve que alrededor de las Llamadas la droga y el alcohol era parte de una imagen que aumentaba cuanto más uno se alejaba a las calles de atrás, sobre el mar, naufragando en el anonimato. Pensar que en el barrio Sur y Palermo son todos unos santos, o no decir lo contrario para que no parezca una estigmatización al barrio o un intento de discriminación sería subestimar al lector. Pero sí, la zona más alejada del desfile presentaba un panorama de ocultamiento y recelo ante las miradas ajenas.
Mientras las víctimas de la droga ya no les importaban mostrarse con las pipas en la boca. A pocas cuadras, la fiesta popular seguía retumbando el asfalto.

El patio trasero y un debate periodístico (y social)
En épocas de debate sobre el racismo, donde se propone quitar palabras del diccionario para evitar la discriminación, se hicieron las Llamadas que después serán olvidadas hasta el próximo febrero. Mientras tanto, habrá otras crónicas como esta que se ocupen más de mostrar un barrio “peligroso” (que no lo es), o intentar desmitificarlo endiosándolo (cuando tampoco lo es) o simplemente no diciendo nada para no meterse uno (el periodista, editor y dueño de medios en un lío). De las Llamadas quedará el repique del tambor, lo visto por televisión, los ganadores del concurso, y un barrio que debe seguir luchando para no caer en el olvido y crecer al ritmo de un país que discrimina.
No debemos pensar que el patio trasero de las llamadas, el corazón del barrio Sur y Palermo es intransitable ni los días de Llamada ni los demás días. De hecho, salvo algún episodio ya narrado, y alguno más como el intento de pago de un peaje por parte de personas ajenas al barrio pero neutralizada por quienes nos acompañaron a la nota (vecinos de Palermo), no puede plantearse como una situación de riesgo, por lo menos esos días de desfile. ¿El resto del año es así? ¿No lo es?
Le respondo a la señora que me gritó en una esquina: no señora, en el barrio Sur y Palermo no son todos chorros. Los hay como en mi barrio Capurro, o allá en Pocitos. Lo que sí le aseguro es que la sociedad mira al costado cada vez que tiene que hacer algo para recuperar a ese negro o a ese blanco que comete un delito. Tal vez por eso es el mayor enojo de la señora.
En tiempos donde se pone en debate la discriminación como tal, y si decir una palabra u otra es discriminación, esta nota fue un verdadero suplicio en la realización. No se debe desconocer que en el caso del barrio Sur y Palermo, existe una solidaridad interna que no transita por la protección al delincuente, aunque también existe. ¿Pero por qué hablamos solo de delincuencia? Porque estamos programados a pensar que la hay allí al querer desestigmatizar a la zona, tal vez por lo que reclama la vecina del grito. El Sur y Palermo se compone de candombe, escuelas, centros de salud, familias de trabajo, lugares de trabajo, calles, autos, ómnibus que pasan, familias que mantienen una tradición centenaria, arte (vale la pena ver los murales callejeros, el trabajo cuidado y temático en los hogares, las artesanías y la música que se siente en el lugar). Es la cuna de la cultura oriental. Una cultura que se impuso a pesar de la discriminación a los afro descendientes. 

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