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El vivo del barrio

ESA CAJA BOBA QUE NOS TRATA COMO IDIOTAS




Para ser cómplice de Rafael Villanueva en “Súbete a mi moto” hay que entender el código del barrio o mejor dicho del “rioba”, la picardía de tono sexual que se refleja en el rostro del conductor que mira a la cámara como esperando que del otro lado el televidente le devuelva una mueca amigable. El vivo del barrio tiene un programa de televisión. 

Los vivos del barrio se construyen a base de diferenciarse con el otro, de distanciarse del otro. “El otro” es inferior por no aceptar los códigos impuestos por los vivos del barrio y el vivo es el sujeto parecido a los estereotipos requeridos por “Súbete a mi moto”.
En el Buceo, -más precisamente en la calle Nimes-, el vivo era el que rompía las pelotas, el que se reía de los viejos y los homosexuales, el que trataba a la mujer como un objeto y el que estaba de vago. Algunos eran más vivos por afanar. Así se consentía una escala social de vivos.

Un día, la figura del vivo del barrio llegó a la televisión elevándolo al grado de espejo de una realidad que se basa en la diversión. Quien mira “Súbete a mi moto” es un vouyerista que observa cómo se divierten lo demás: en la playa, en fiestas, emborrachándose, bailando, etc. 

Extremadamente vulgar, pobre de ideas y discriminatorio (me hace acordar a los vivos del barrio Buceo en mi adolescencia), el programa del verano de La Tele propone ese mismo entretenimiento que el vivo del barrio disfruta sentado en alguna esquina, como aquella esquina que cruza Nimes y Ramón Anador. El resultado (en televisión) es un entretenimiento similar a hurgarse la nariz hasta descubrir un moco. Resulta un pasatiempo pegajoso, asqueante y sucio, pero además vergonzoso para hacerlo en público.


El conductor de “Súbete a mi moto” se entretiene a espaldas del resto, ya que el cómplice soy yo, el otro vivo del barrio que lo mira y se identifica con él. Habla por lo bajo de aquellos/as de quienes pretender reírse. Le habla a la cámara, me habla a mí y sin querer me pone en una situación de complicidad con su irrespetuosidad. El vivo del barrio se burlaba en el Buceo de Don Graciano, un veterano que casi no escuchaba: era muy fácil reírse de un pobre viejo sordo, reírse de él sin que pueda defenderse, ni siquiera se enteraba de la broma. Rafa hace lo mismo con sus entrevistados.

Para Rafael Villanueva, los sujetos de risa no son viejos como Don Graciano, pero son extranjeros que no entienden su idioma o el borracho que no está en sus cabales. El vivo del barrio se aprovecha, hace una burla aparentemente inofensiva y se ríe con el otro vivo del barrio. Claro que no es inofensiva si la broma se hace frente a la cámara, haciéndome a mí cómplice de su falta de respeto por el indefenso: estar borracho, o no entender el idioma nos pone en general en una situación de indefensión frente a un mundo sobrio y con otra lengua. Como cuando se rió de un grupo de ingenieros indios que para Villanueva eran llamativos por ser indios y educados, y por su forma de divertirse en el agua de una playa. Eso es diversión, buen humor y viveza, en términos del barrio.

En términos de Villanueva, no podríamos hablar de las mujeres jóvenes y lindas como sujetos de derecho, sino como objetos ya que como objetos son tratadas por el conductor. Si las chicas dicen que son menores de edad, el conductor se cuida de hacer comentarios, no por porque ellas tengan derechos, sino para evitarse problemas posteriores.

Si bien en el programa se aplican códigos de barrio, no se piensa en el barrio como una comunidad abierta y receptiva de aprender nuevas realidades. No se propone que el vivo del barrio sea el que cambie al barrio, el que lo nutra de nuevas ideas.

“Súbete a mi moto” no es una invitación a “Súbete al respeto hacía el semejante”, ni “Súbete al liceo y estudia”. No se invita a subirnos a la moto para conocer la belleza del Carnaval del norte o la peculiaridad del carnaval de Rocha como un hecho cultural distinto.
No quiero ser el vivo del barrio cómplice de Rafael Villanueva. No me hace más vivo que otros reírme del diferente, y seguirle el chiste a él. Su programa no demuestra la viveza de nada, sino que colabora a la muerte de una cultura.

Por Matías Rótulo,  publicado el 13/3/14 en Voces. 


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