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Fuego en la Escuela 120



El piano retumbó de golpe y con fúnebre temblor la entrada de la bandera... un paso, otro paso, un paso, otro paso. Se detuvo el mejor estudiante del curso. En lo alto, la tela del sol radiante era el orgullo del niño elegido por tener los ojos en los libros, y ahora, gozando con los ojos al cielo mirando lo elevado del zigzagueante emblema, el pecho se le inflaba de aire frío. Junio nunca había estado tan helado. Silencioso zumbar del viento pampero, colorido movimiento del dulce y suave sentir, nada iguala a su lucir su lucir.

El piano afinaba su solemnidad, eran las tres de la tarde, do jamás se pone el sol, se pone el sol. 

Cuando las filas de niños vestidos de blanco con moña azul fue planchado por las maestras hasta que quedaron almidonados a su puesto, manoteando por lo bajo al compañero, al amigo, al compinche, un niño descubrió la herida de la mirada, el perfume, la inviolable inocencia, son canciones de victoria, las que entona el tremolar...

La mirada pertenecía a los ojos, los ojos pertenecían a una cara rosada, el rosado se dibujaba en la vergüenza, la vergüenza... "Matías, mirá para adelante y cantá" me sugirió imperativamente la maestra.
El patio de la Escuela es abierto, pero tiene un techo con un cantero de plantas secas al fondo, papeles de alfajores devorados, un bebedero con una canilla rota, columnas redondeadas que sostienen el techo que en realidad es la parte exterior del piso de parte del segundo piso, es su sombra la que buscan, los valientes al morir... 

El patio tiene dibujos de naturalezas con diseños infantiles y supervisiones adultas. Allá hay dos bustos de héroes anacrónicos, pero héroes al fin. La puerta aquella es la de las jardineras. Un aro de basket, un palo borracho, una maestra tomando té, la sombra de un muro, un muro, la sombra del palo borracho, y por ahí el techo, la sombra del techo, el cantero, el bebedero. Dejo de correr. Los baños, el de la derecha es el de varones, dos piletas y el corredor. El piano es un antes y un después de un corredor que va desde la escalera hasta la cocina. De la dirección al baño. El piano pasa rápido y cuando me acerco a la escalera dejo de correr. La directora puede salir. A las escaleras las subo rápido.  Primero una, después otra. La baranda es vieja, negra, metálica, anacrónica como los bustos de los héroes pero más útil que los bustos de los héroes. A la derecha, un corredor con los salones de sexto. Derecho veo el baño de maestras. Paso baldosas, las piso correteando, llegó al salón con la puerta corrediza, de escaleras y barrotes. Es como un pozo, una cárcel con armarios arriba y decorada con dibujos de niños que no son mis compañeros de clase.
Bajo las escaleras, miró por la ventana, estoy arriba del techo de los bebederos. Y la miro, no ambiciono otra fortuna otra fortuna.

Entre la sombra y el palo borracho estaba ella. Yo me embriago de su figura, su pelo rubio, de saber que la espío. Me hago ver por la ventana y ella no me ve. Ella se peina el pelo si el pampero la acaricia la acaricia. 

Siento pasos y la maestra me atrapa mirando por la ventana, me vio escaparme de la fila y me siguió. Siento el calor de la culpa, que los cachetes se me incendian de torpeza. Miro por la ventana en un último intento por acercarme a ella desde esta lejanía.  Y la miro mirándome, con su mano levantada esperando para saludarme (¿O defendiéndose de la luz del Sol?). La maestra me habla, me grita, me asusta, me pide que la acompañe. Miro por la ventana, casi levantando el pescuezo tratando de verla por última vez, siendo  por el rezongo corredor hacía la escalera, escalera abajo, a mano derecha está la dirección, o la anima el batallar, el batallar...


El piano retumbó de golpe y con fúnebre temblor la entrada de la directora se acompasó con el silencio de mi pecho en cruz. En lo alto, la tela del Sol radiante era el orgullo de aquella directora que guardaba en solemne despacho un retrato de Artigas, una campana esplendorosa. Ahora mis ojos miran al piso, se empañan de miedo, y tirito de culpa, es la enseña de mi patria...

Silencioso zumbar de palabras de reto. Colorido movimiento de manos con uñas pintadas de rojo, largas para arañar mi lágrima de culpa.  El piano afinaba su solemnidad, eran las tres de la tarde. 


El patio de la Escuela es abierto, pero tiene un techo con un cantero de plantas verdes y frondosas en el fondo, un bebedero de agua fresca, columnas redondeadas que sostienen el techo que en realidad es la parte exterior del piso de parte del segundo nivel. En mi escuela encendí mi primer fuego. Las cenizas son estos recuerdos lejanos. Por eso los escribo. Ni reclamo más honor, más honor.

¿A quién se le ocurre incendiar su Escuela, si la Escuela es la chispa misma de todo lo que somos? Lo reflexiono tras el incendio en una Escuela de Maroñas por parte de un ex alumno...

Todavía recuerdo que aquella tarde, la directora me preguntó por qué me había escapado. La respuesta que no di fue: "es que tengo miedo, creo que estoy enamorado"... es muy bella mi bandera, mi bandera...




Matías Rótulo 




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