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Dios no cree en mí



Luis murió de un disparo en la boca. Respiró su última bala, la masticó tanto que perdió ahí mismo todos sus dientes. Vomitó sangre por lo que le quedaba de mentón. 


La bala, o el efecto de la explosión le arrancó un granito interno del labio, uno de esos llamado "sapitos", que ni saltan ni son verdes, pero que tienen el nombre de un animal desagradable, un bichito que no nos pondríamos en nuestra boca nunca, pero lo llevamos con dolor cuando ellos se meten solitos. Por eso la princesa besa al sapito para conseguir que el príncipe vuelva a ser el hombre más bello de todos.
Los sapitos y las ranitas parecen que mean cuando se asustan y por eso no nos pondríamos uno vivo en nuestras bocas, cerca de los lagrimales. Si, lagrimales de la boca. Esos lanza-chorros que disparan babita cuando comemos, estamos a punto de vomitar, besamos, cuando tenemos ganas de comer algo que nos gusta, ni bien un sabor nos impresiona por lo ácido, lo dulce, lo salado, lo agrío... Claro, detestamos la idea de acercar nuestra lengua a un sapo, pero sí nos metemos un revólver en la boca como si nada, y le damos atrás al gatillo, pero no nos imaginamos con un bichito verde en la boca. ¿Qué es más asqueroso? ¿El caño frío o el sapito verde?
No queremos un animalito vivo en la boca pero comemos papas chips, mortadela y galletas de arroz. ¡Qué contradicción!
Al pobre Luis, ya no le diremos Luis porque solamente los vivos o los muertos por causan no suicidas se merecen ser llamados por su nombre, es decir, el pobre hombre, no, tampoco hombre, porque un verdadero hombre le haría frente a la desgracia, le llamaremos el sin dientes, entonces, al sin dientes, ¿No iría con mayúsculas? No, porque no es un nombre propio, no lo es... al sin diente, les contaba, una vez que apretó el gatillo de la Winchester (con mayúscula) le quedaron diez segundos de conciencia. Por ahí pasó un pensamiento suicida: el arrepentimiento. No sé, supongo que un suicida se arrepiente en el momento mismo de haber actuado con vehemencia. El otro día escuché a un periodista decir la palabra "vehemencia" y me gustó. Más me gustó lo que decía el sapito verde: cro, cro, cro.
Porque mido inteligencias y entre uno y otro, meto la rana en mi boca y hasta le doy besitos de pico.
El sin dientes (en minúscula), tuvo diez segundos para reflexionar y en su reflexión... mejor vamos a darle paso al narrador omnisciente para que nos diga qué pensó Luis. Si, era Luis porque todavía estaba vivo, respiraba, su torax se movía, su corazón latía, sus ojos se llenaban de lágrimas. Pensó en Dios. Te juro -dijo Luis todavía vivo a Dios-, te juro que si me salvás de esta, empiezo a creer en vos.
Entonces Dios le preguntó a Luis, una pregunta que Luis nunca escuchó ¿Por qué yo tengo que creer en vos? Soy Dios. Lo normal es que la gente crea en mí. Si yo creyera en vos te estaría poniendo en un lugar de Dios y está bien que sé crear cosas hermosas y horribles, asesinar gente o que la gente asesine a otra gente y hacer a las mujeres parir, permitir abusos sexuales y poemas de amor por igual. Tengo el don de generar narradores omniscientes que le cuentan a los simples lectores y mortales este pensamiento que tengo, pensamiento divino, de Dios, el mismo Dios que le da una razón a este tal Luis para detener su vida de un tiro en la boca. Está bien todo eso, está bien que yo haga a los sapos verdes y a las vacas tontas, es grandioso toda esta fantasía, pero ¿Por qué iba yo a transformar a un desgraciado en tan Dios como yo y hacerme de un competidor? No Luis, no voy a creer en vos. Por eso muere, muere arrepentido, ven conmigo. Pero no me pidas que crea en vos. Nunca.
Luis murió de un disparo en la boca, sabiendo que Dios existe, porque existe cada vez que lo llamamos para pedirle auxilio. Y si tiene ganas nos escucha, pero que nunca debemos pedirle que crea en nosotros. Claro, Luis es un suicida y Dios no tiene tiempo para ellos. Dios es grande, se ocupa de otros temas, por ejemplo, de pedirle al narrador omnisciente que muera ahora, que se quite la vida terminando de narrar con un punto final, porque la muerte de un narrador, la muerte suicida de un narrador, es la única que perdona Dios. Punto final.

Un cuento de Matías Rótulo.
julio de 2018


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