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Mostrando las entradas etiquetadas como Prohibido leer

Distracciones numerales para narrar el nacimiento de una niña llamada Ana

Te plancho la túnica y luego te lavás los dientes –lo dijo protestando, la hoy abuela por entonces madre, diez años dos, antes que naciera Ana-. -         -  Sí, estoy pronta –murmuró sonriendo, escapándose bandida, la hermana más grande, veinte meses dos, antes que naciera Ana-. -       -   Aquella es la luna más lin… me besaste –sonrió la madre por entonces hija después del beso, miles de segundos millones, antes que naciera Ana-. -         -   Se enjuagan las manos –imperando en el apartamento, dieciocho escalones mil seiscientos noventa, antes que naciera Ana. -         -  Tengo que mover mis pies después de aquel compás. Un dos tres, un dos tres –pensó la madre por entonces hija y hermana, tres compases cuatro, antes que naciera Ana. -         -  Y baila, da un paso hacia adelante y abre los dos brazos. Justo adelante –pensó el hermano, treinta metros tres y madrugada y media cuatro, antes que naciera Ana-. -        -   Ya estoy lista abuela –aseguró a medio vestir, l

Plantación circular

Esta historia es de una planta que fue arrancada y arrancada  volvió a ser plantada en una nueva historia. Por Matías Rótulo  La raíz que arrancó del fondo de la tierra, desgarrando el corazón de la maceta, arrastró la vida de la planta.   La raíz que arrancó del fondo de la tierra, desgarrando el corazón de la maceta, arrastró la vida de la planta. Los dedos de ella tuvieron las marcas del asesinato por un buen rato. Porque del ojo más próximo al viento noroeste se le plantó una lágrima en la mejilla. Y la lágrima fue secada con el despojo del cuerpo verde al cual todavía le tiritaban las piernitas flacas, peludas, desparejas, amarillas. No tuve más que respirar profundo entre su duelo y el mío. Mientras ella lloraba, yo me hería de un silencio constante, suspirando un rezo por el dolor de los años, el olor de los daños, la consecuencia de los actos, la frutalidad de la bruta. La brutalidad de la fruta. Entonces entró en juego la ternura del abrazo, le pedí perdón y

El día que Delmira Agustini perdió un destino y ganó otro

La palabra asesina. Asesina al silencio. La muerte da vida. Hace vivir a otros seres en una interminable cadena, un tejido que le da sentido a las cosas en un mundo donde el sentido es dado por la palabra que expresa el pensamiento.  La palabra le da vida al sentido, en un interminable tejido de letras, y palabras, y oraciones que describen a la muerte, a la vida y sus cadenas.  La palabra está tan destinada a la existencia humana como lo está la muerte.  Entendemos la muerte por la existencia de la palabra. La muerte estuvo antes que la palabra, pero la idea de muerte existió después de la palabra que le dio nombre.  Hace cien años, la palabra "muerte" dejó de tener sentido para Delmira Agustini.  Destinada a morir (como todos los hombres y mujeres), destinada a la palabra (como todos los hombres y mujeres, más sea a la palabra no dicha, pero sí al sentido mínimo de comunicación con otros humanos), en ese segundo que la bala le penetró la piel hasta de

Salteos

Si saltaran a la calle, desnudas a la calle, las maniquíes en la calle. Si saltaran de los edificios las cornisas. Si saltaran de alegría los suicidas. Si soltaran palomas los gatos Si saltaran a mi cama esas dos chicas, yo me quedo aquí quietito, mirando el cielo… rancio. Si saltara del clavo el portarretrato de ese tipo que cuelga en la foto pero no conozco, pero extraño. Si salta en mi memoria que esa foto es mi cara, pero extraño. Si mi padre tuviera mi rostro, el muerto sería otro. Si saltara mi padre del barco, el muerto hubiera sido antes. Si saltaran Los Beatles de uka chaka Si saltaran del podio las amas de casa Si asaltara mi mente tu cerrajero Si saltaran del bus los egoístas Si se quedara sentada la más joven de las abuelas Si hubo salto en Salto, naranjales y limoneros. Yo me quedaría aquí escribiendo… Si salta cuando habla, Si te salta algo en la memoria Si saltaste al recordarla, Si ella salta cuando baila

Mi corazón Kamikaze

Soledad me contó una historia de amor de su otro yo, y yo lo trasladé en un cuento sin sentido, más que el de la confesión de la espera. Hay una ciudad que se esfuerza por ser pequeña. Los autos nadan entre la espesa humareda palpitante de un corazón ahuyentado.  Es mi corazón expulsado.  Mi corazón Kamikaze que se vuelca a decirle por fin al oído lo que no sé si quiere escuchar. Porque a veces es mejor no escuchar para no saber. Porque saber nos permite tomar decisiones. Una decisión puede ser la de un beso, la de escaparnos juntos, dejar todo… como si fuera tan fácil. Mis piernas temblorosas me recuerdan que vuelo. Las rodillas fracturadas. La boca seca, bien seca de un sabor a menta que me avisa de tus ojos frescos. Este es un cuento sobre ella y sobre mí. Es este cuento, un cuento escrito en un avión, una noche en la que la hora cambia de acuerdo a los destinos. Me parece que cruzamos Asunción y su viento nos sacude los tobillos y las alas.En Asunción se me ocurre la

El Pinta

Luego de manipular las letras, comenzó con los números. Era el pintor de letras más famoso del pueblo.  Cada comercio, cada cartel de la principal avenida, pequeña por cierto pero principal al fin había pasado por el pincel y el pincel había sido sostenido por las manos de Enrique, más conocido como El Pinta. Todos los pasacalles, carteles políticos, fúnebres, timberos, deportivos, declaraciones de amor, de arrepentimiento de tentación, de dolor tenían Enrique, El Pinta.  Una letra curva y siempre de colores básicos. Las emes mayúsculas las hacía con delicada curvita y las erre con una pancita deliciosa. Las a herían con sus puntas y las eles parecían patearle el trasero a alguien. El Pinta siempre recordaba el inicio de su oficio: “Yo tenía quince años cuando descubrí la carta de mi  madre sobre la mesa”. La historia es bien conocida: la carta de la madre en la mesa de la cocina, el silencio de lugar, y la madre en silencio, junto a la mesa de la cocina donde había dejado

La ventaja de los ahorcados

Los ahorcados son la decoración del mundo. En los cielos, invisibles, goteando sangre de la punta del pies, los ahorcados se mueven al ritmo del viento.  Desde abajo les miramos los huecos de los ojos, picoteados por aves que se chocan contra ellos en el vuelo crepuscular.  Si Jesús hubiera sido ahorcado, en cada Iglesia habría una cuerda para besar. Porque los ahorcados son distintos a los ahogados, a los degollados. Los ahorcados tienen la ventaja de la altura, mientras los ahogados se hunden y los degollados dejan salir de su garganta un poco de espesa sangre.  Los estrangulados pierden la libertad momentos antes de morir. Pero los ahorcados tienen panorama, miran por encima. Vuelan un poco antes de conocer el punto final de su salto al vacío.  Balal se perdió esa oportunidad cuando la madre de  Abdollah llegó minutos antes de su ejecución pública. Llegó para perdonarlo. Esa noticia fue motivo de debate en todo Irán. "¿Cómo lo va a perdonar?" "Balal mató

Profesores de literatura enseñando a batir huevos

¿Qué evaluamos los profesores de literatura cuando estamos en una mesa de examen?  Por Matías Rótulo A un estudiante de repostería se le enseña a hacer el merengue batiendo los huevos de dos formas: a mano y con batidora. El profesor evalúa cómo queda la mezcla, la textura y el sabor. El estudiante se va contento de la clase, y llama a su madre para contarle del exitoso y dulce preparado.  En la otra clase, el profesor le enseña a hacer la mezcla para una torta. En el horno, la torta no sube y le queda dura. El profesor penaliza al estudiante con una calificación insuficiente. En la clase siguiente, el profesor les enseña a sus estudiantes cómo cortar frutas para realizar distintos preparados dulces. La evaluación es que deben lograr cortes ideales de acuerdo al postre. Pero el estudiante encuentra otro fracaso. Así van pasando las clases, y salvo algún magro éxito remoto, el estudiante se ve condenado a rendir un examen final por no aprobar el año lectivo. El

Voto cantado

Hoy son las elecciones. Como buen empleado público debo cumplir con mi deber de asistir en una de las mesas de votación.  Para la estudiante de politología, que nos estudia. Me asignaron el circuito 46 de la Escuela 120 “ Manuel Belgrano” . Una pequeña escuela de dos pisos que está cerca del límite entre Parque Batlle y Buceo, más en este último que en el primero. Para evitar líos de nomenclatura y pertenencia se optó por decir que la Escuela 120 está en el barrio Belgrano. Pensar que en Buenos Aires, Belgrano es toda una gran localidad, un barrio enorme del cual hablan en la tele y acá, en Montevideo, son unas poquitas cuadras entre un gran barrio y otro. Creo que mis compañeros de mesa no tienen mucha voluntad de estar acá. La gorda que trajo los bizcochos dormita entre votante y votante. El presidente de mesa me mira con algo de recelo. Creo que es profesor. Tiene barba de profesor, cara de profesor, voz de profesor, manos de profesor. La gorda me mira y se sonr

La muñeca de la Plaza de los Bomberos

Cada uno de nosotros lleva atado a la muñeca, un uruguayito invisible, un enano que babea rabia verde del mate que traga y vomita insultos de la historia que piensa como única, normal y verídica.  Le dirige al vecino tres miradas mefistofélicas hasta acabarlo en el piso de la Plaza de los Bomberos, y se deleita viendo cómo ese ser ajeno a nuestra importancia se retuerce quemado, imposibilitado de levantarse, de salvarse, porque su enano invisible se lo impide por estar acabado, destrozado a palos por el enano del otro.  El enano invisible le tranca el paso al usuario del ómnibus y no lo deja avanzar para que otro uruguayo con su enano pueda subir cada mañana, para ir a trabajar. Ese duende vacío no sabe nada de aquel, ni de vos y mucho menos de todos nosotros juntos, y aunque  conoce tan poco, habla con conocimiento de causa. Le dedica editoriales de diarios y escupidas en micrófonos de radio al elogio de su repugnante estadía por este país lleno de