Ir al contenido principal

La metamorfosis: el día que Luisgorio Samsalle amaneció transformado en el Bicho Pepe

Adaptación de La metamorfosis de Franz Kafka.
Por Matías Rótulo

¿Leyeron La Metamorfosis? Es esa obra de Kafka en la cual Gregorio Samsa se despierta una mañana siendo bicho, encerrado en su cuerpo de bicho, en su habitación. Me puse a pensar qué pasaría si alguien de un día para el otro se despierta siendo Presidente de Uruguay. Así, de un día para el otro se despierta en la habitación del actual Presidente convertido en él. Pasaría esto:

Cuando Luisgorio Samsalle se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Él quería despertar siendo Presidente, pero nunca transformado de golpe en él. 


Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus manos y patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos. Si, Luisgorio se había convertido en Presidente, porque de un día para el otro, pasó a ocupar el lugar de su antecesor: su cargo, su casa, su habitación, su cama, su cuerpo.


"¡Qué me ha ocurrido!" Pensó. 


No era un sueño. Su habitación era una auténtica habitación humana (aunque no lo parecía), distante de la que uno puede imaginar de la habitación de un Presidente. Era algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes. Por encima de la mesa, sobre la que se encontraba extendido un muestrario de paños de tela usados y verdes ya de tan viejos, había también un montón de cachivaches, un mate y un termo que lucía un pegotín de la 609, una guitarra eléctrica con la firma de los Aerosmith, una foto de Fidel Castro desteñida, dientes postizos, y una flor marchita. Al costado había una escoba y un trapo de piso colgaba de un mueble. 

Samsalle era viajante de pueblo en pueblo ofreciendo sus servicios como Presidente. En la habitación notó aquel cuadro que hacía poco quien estaba antes que él había recortado de una revista Galería y que había colocado en un bonito marco de cañas. Representaba a una dama atrevida: Laetita. 

La mirada de Luisgorio se dirigió después hacia la ventana, y el tiempo lluvioso -se oían caer gotas de lluvia sobre la chapa del alféizar de la ventana- lo ponía muy melancólico y recordaba sus tardes en el Lown Tenis. 


"¿Qué pasaría -pensó- si durmiese un poco más y olvidase todas las chifladuras?"

Pero esto era algo absolutamente imposible, porque estaba acostumbrado a dormir del lado derecho, ya que la derecha era su favorita, pero en su estado actual no podía ponerse de ese lado.

Aunque se lanzase con mucha fuerza hacia el lado derecho, una y otra vez (impaciente por estar en la derecha) se volvía a balancear sobre la espalda. Lo intentó cien veces, cerraba los ojos para no tener que ver las patas que pataleaban, y sólo cejaba en su empeño cuando comenzaba a notar en el costado un dolor leve y sordo que antes nunca había sentido.

"¡Dios mío! -pensó-. ¡Qué profesión tan dura he elegido, soy Presidente! Un día sí y otro también de viaje. Los esfuerzos profesionales son mucho mayores que en el mismo almacén de la ciudad, y además se me ha agregado este ajetreo de viajar, el estar al tanto de los empalmes de tren, la comida mala y a deshora, una relación humana constantemente cambiante, nunca duradera, que jamás llega a ser cordial. ¡Que se vaya todo al diablo!"
Sintió sobre el vientre un leve picor, con la espalda se deslizó lentamente más cerca de la cabecera de la cama para poder levantar mejor la cabeza; se encontró con que la parte que le picaba estaba totalmente cubierta por unos pequeños puntos blancos, que no sabía a qué se debían, y quiso palpar esa parte con una pata, pero inmediatamente la retiró, porque el roce le producía escalofríos.


Mientras reflexionaba con gran rapidez, sin poderse decidir a abandonar la cama -en este mismo instante el despertador daba las siete menos cuarto-, llamaron cautelosamente a la puerta que estaba a la cabecera de su cama.

-Luisgorio -dijeron (era la madre, Julita)-, son las siete menos cuarto y tenés que ir con Daniel Castro. 

¡Qué dulce voz! Gregorio se asustó, en cambio, al contestar. Escuchó una voz que, evidentemente, era la suya, pero en la cual, como desde lo más profundo, se mezclaba un doloroso e incontenible piar, que en el primer momento dejaba salir las palabras con claridad para, al prolongarse el sonido, destrozarlas de tal forma que no se sabía si se había oído bien. Luisgorio querría haber contestado detalladamente y explicarlo todo, pero en estas circunstancias se limitó a decir:

-Sí, sí, gracias madre, ya me levanto. Tal vez puédamos salir-, respondió dándose cuenta que dijo "puédamos". 

Probablemente a causa de la puerta de madera no se notaba desde fuera el cambio en la voz de Luisgorio, porque la madre se tranquilizó con esta respuesta y se marchó de allí. Recordó que Luisgorio había acostumbrado a imitar la voz del rioba para parecerse a la gente y para hacer eso se fue con la cuatro por cuatro varias veces a La Teja a escuchar a hablar a la gente.  

Pero merced a la breve conversación de Luisgorio con Julia, los otros miembros de la familia se habían dado cuenta de que el joven Presidente, en contra de todo lo esperado, estaba todavía en casa, y ya el padre llamaba suavemente, pero con el puño, a una de las puertas laterales, aunque errándole a la madera producto de un mareo repentino.

-¡Luisgorio, Luisgorio! -gritó-. ¿Qué ocurre? -tras unos instantes insistió de nuevo con voz más grave-. ¡Luisgorio, Luisgorio! 

Desde la otra puerta lateral se lamentaba en voz baja la hermana.
-Luisgorio

Luisgorio contestó hacia ambos lados como para quedar bien con ambos: 

-Ya estoy preparado -y con una pronunciación lo más cuidadosa posible, sin que se notara que había adquirido el tono campechano y descontracturado del anterior Presidente, imponiendo la "ese" apretadita en cada palabra para parecerse a lo que fue hasta antes de despertar siendo el bicho Presidente que es. 

Luisgorio no dudaba en absoluto de que el cambio de voz no era otra cosa que el síntoma de un buen resfriado, la enfermedad profesional de los Presidentes, ya que no quería aceptar que había adquirido la forma física de su antecesor. 

En la cama, se fijó que tirar el cobertor era muy sencillo (tal como lo hizo el Guapo, pensó), sólo necesitaba inflarse un poco y caería por sí solo (tal como lo hizo el Guapo, volvió a pensar recordando que primero tiró todo y después se infló y se levantó), pero el resto sería difícil, especialmente porque él era muy ancho. 

Hubiera necesitado brazos y manos para incorporarse, pero en su lugar tenía muchas patitas que, sin interrupción, se hallaban en el más dispar de los movimientos y que, además, no podía dominar. Si quería doblar alguna de ellas, entonces era la primera la que se estiraba, y si por fin lograba realizar con esta pata lo que quería, entonces todas las demás se movían, como liberadas, con una agitación grande y dolorosa.

"No hay que permanecer en la cama inútilmente", se decía Luisgorio. 

Luisgorio permaneció en silencio mientras intentó levantarse. "Si me levanté antes, puedo levantarme ahora", reflexionó recordando cómo logró ganarle al Guapo. Pero Luisgorio olvidó algo fundamental: él ya era un bicho que había sufrido su metamorfosis, él se veía en el cuerpo de otro bicho, pero en realidad es la forma que asumen todos aquellos que llegan a ser Presidentes: los vemos deformes, los vemos raros, por lo menos los vemos, siendo que ellos muchas veces no miran por nosotros. 
Porque nosotros somos los bichos encerrados en el mundo, y nuestra metamorfosis es a diario, tratando de convertirnos en aquello que no queremos ser para poder sobrevivir. 




Comentarios

Lo + leída de la semana

Santiago Soto: director del INJU “El Uruguay está lleno de viejos… y la política también”

"La túnica en el perchero" en el Semanario Voces