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Un viaje en tren centenario desde el puerto a Colón



Los turistas que llegan a la capital desde los cruceros pueden conocer la ciudad en tren. Del Puerto a Colón, un paseo que invita al visitante a descubrir un Montevideo que ni los montevideanos conocen
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Matías Rótulo


¡Este placer de alejarse!, diría Antonio Machado en su poema "El tren". Un viaje en tren, cuando justamente el tren ocupa parte un debate nacional sobre este medio de transporte y su necesaria revitalización, es lo primero que hacen algunos turistas que cambian cruceros blancos y flotantes por antiguos y largos vagones.

Anclado en el puerto, el ferrocarril espera. Centenario, de dos vagones, humeante y silencioso, a las 8.00 de la mañana ve pasar de cerca los gigantescos contenedores y elevadores que no dejan de operar en el puerto capitalino. A pocos metros del tren, el Queen Mary II apenas se mueve en las aguas del estuario.

Es que el tremendo buque crucero, con pasajeros en su mayoría ingleses, está amarrado por decenas de sogas al muelle cuatro. "Siempre pienso en que si un día uno de estos monstruos decide comenzar la marcha arrastrará toda la ciudad con él", afirmó convencido Milton, guardia de seguridad del puerto.

El crucero, que llegó en la madrugada de ayer a Montevideo, traía a bordo 150 pasajeros que llegaron al tren gestionado por la Asociación Uruguaya de Amigos del Riel (AUAR). Gestionado, refaccionado y orgullosamente cuidado por estos amigos que intentan mantener vivo aquellos bastiones del modernismo. Este tren traslada a los turistas desde el Puerto a Colón, y allí comenzaría una nueva etapa del recorrido de los visitantes por Montevideo y parte de Canelones.



LOCOS POR LAS LOCOMOTORAS
La locomotora inglesa Beyer Peacock número 120, reconstruida por la AUAR (institución cincuentenaria en el país), en 2010 cumplió 101 años. Había sido propiedad de la Administración de Ferrocarriles del Estado (AFE) y prestó servicios para esta institución hasta principios de 1990. Estuvo más de una década fuera de servicio, a la intemperie y ya destruida, sometida a las inclemencias del tiempo y el vandalismo. Hoy, gracias al cuidado de la AUAR, el tren está vestido de un elegante color lacre y negro.

El vagón que lleva la bomba de agua fue dejado alguna vez a la intemperie y luce prolijos dibujos de grafiti que no estaban en la idea original de la AUAR, pero curiosamente, si bien no mantiene la tónica de épocas que intenta reivindicar, es una llamativa combinación.

El vagón de máquinas pintado de rojo y negro, de ruedas al tono, lleva con una gran comodidad a los turistas en su primer paseo por la ciudad. En los vagones de origen holandés, los asientos (el tren tiene capacidad para 192 personas sentadas), tapizados de verde, con estructura de madera noble, mesa de cedro y vidrios blindados, son el deleite de los visitantes, que reconocen que "es bello, es como en Inglaterra", tal como Wilson le dijo a Sami, su esposa, en inglés, mientras comparaba nuestros trenes con sus compatriotas refinados.



EL ÚLTIMO TREN
De la vista de contenedores, la máquina inglesa cruzó la rambla. Con mucha soberbia digna de los trenes, por su conocida potencia, como un rey hizo detener a todos a su alrededor tras la bajada de barrera que ni los enormes camiones cargueros u ómnibus internacionales pueden desconocer. Luego, la velocidad aumenta y la Torre de las Telecomunicaciones de Antel saluda el pasar del ferrocarril.

Muchos montevideanos desconocen este Montevideo, visto desde un tren, y los ingleses visitantes no dejan de descubrir en el paseo algunos detalles que para nosotros son comunes. La vista lejana del Cerro, la también lejana vista del Palacio Salvo. Otras torres que aparecen en el horizonte, y el cielo siempre celeste de la ciudad.

Más adelante, una vez dejada atrás la Torre de las Telecomunicaciones, la estación Batlle y Ordóñez y sus gordos tanques de combustible llaman la atención de los viajantes. Las estaciones Carnelli y Yatay pasan a un lado, y la sombra del viaducto en remodelación nos indica que definitivamente falta poco para el destino.

El kilómetro siete (a la altura de Sayago) fue la prueba de fuego para saber si el tren, tirado a vapor gracias al fuel oil pesado que lo impulsa, podía resistir una vez remodelado, tal como explicó Peláez. El repecho casi imperceptible encima del tren "cuesta subir, si no está en buenas condiciones", indicaron los guías del viaje.

En 1907, este tren podía viajar a cien kilómetros por hora. La antigüedad, el objetivo turístico y las actuales condiciones de las vías uruguayas impiden que alcance dicha velocidad. Su primo, otro tren remodelado por la AUAR, fue el protagonista junto a Federico Luppi, Héctor Alterio y Pepe Soriano de "El último tren", película que contaba la historia del rescate de Corazón de Fuego, y la intención de tres amigos por salvar la venta del tren bajo el lema "el patrimonio no se vende".

El último tren, que la AUAR mantiene con vida, es tanto el célebre de la película, como el que hoy es una carta de presentación para el turismo uruguayo.

El tren a vapor, mientras van por las vías de Montevideo, se cruza con los altos pastos al costado, otros trenes que no corrieron la misma suerte, gente que saluda (entre ellos los obreros del puerto que festejan el pasaje lento de las máquinas) y el humo que es como el aliento de un hombre que corretea por la ciudad manteniendo su paso firme sobre de dos vías de acero.

A las 9.53 llegamos a la Estación Colón. El tango que sonaba era "Volver" de Gardel, que un pasajero mexicano identificó de inmediato.

Una vez abajo del tren, da gusto volver a revisar la máquina, nuevamente en silencio, y recordando el elegante viaje con un centenar de viajeros en su mayoría ingleses. Porque como decía Machado "El tren camina, y la máquina resuella, y tose con voz felina ¡Vamos en una centella!".

EL VIAJE EN TREN

No se podía ocupar más la vía. A las 9.19 Jorge Moalli, secretario de la AUAR, indica que todos los pasajeros, 165, ya están a bordo. Emilio Peláez, presidente de la AUAR, nos invitó al viaje que partiría con un tenue movimiento, desde el puerto, con un paisaje de gente trabajando, contenedores, camiones y barcos anclados, "lentamente, casi a paso de hombre por seguridad dentro del puerto" (tal como explicó Peláez), al barrio de Colón.

En los vagones, Moalli, encargado del audio y de un estricto control de viaje con una laptop desde donde marcaba si sucedía alguna detención, hizo sonar en la antigua cabina del tren, mediante su moderna computadora, la también antigua (pero siempre vigente) Cumparsita.

Así el andar perezoso del tren, casi en silencio, salvo algunos gritos afónicos del anuncio de su llegada, comenzaba a cruzar las calles de la ciudad.

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