Por Matías Rótulo (Publicado el 2 de junio de 2012 en La República)
Tal vez sea una de las la zonas del país más alejada de la capital. Siempre, desde la capital, miramos todo de acuerdo a lo lejos o cerca que estén los demás, o lo iguales o distintos que sean con respecto a nosotros. En la Escuela N° 60 de Paso Farías se da educación a 50 niños que viven y estudian ahí. A treinta kilómetros está el liceo más cercano, al cual también irán como internos.
Se escuchan risas y gritos. Hay un fondo de silencio verde, que se aplaca allá, donde el cielo se cae con una nube y se conforma un horizonte sin aguas ni gaviotas. Mucho menos, están los barcos acariciando el paisaje. ¿Por qué hay que hacer una nota sobre una escuela rural a cientos de kilómetros de la redacción de este diario? La respuesta la da un entrevistado que parece estar siempre vivo y por acá, encontrado aunque nunca se perdió su idea, pero sí su cuerpo: “Especialmente algunos problemas del campo son poco conocidos u olvidados y han llevado a realizar para el país desde hace muchos años una política dirigida y orientada por la ciudad (…).
Por otra parte, se conoce la realidad nacional como se conoce un país de turismo: desde la carretera o la vía del ferrocarril. Así los rancheríos, la vida miserable de los trabajadores de la tierra, la desolada y horizontal vida de los peones de las estancias, escapan al conocimiento corriente”. Ese fue Julio Castro en “El Analfabetismo”. Castro y Miguel Soler, (vivo, trabajando, estudiando, y creando conocimiento en educación), encabezaron las Misiones Socioeducativas que llevaron educación a los poblados rurales olvidados por las ciudades. “La ciudad está a 70 kilómetros, es lejos, y muchas veces estos niños vivían en la calle porque sus padres trabajan en estancias alejadas, no los podían controlar”. La voz de la maestra – directora de la escuela rural, Teresa López, cuenta una realidad que por momentos parece un ejemplo educativo, y por otro lado una situación de desolación para 50 niños alejados de sus familias.
Por otra parte, se conoce la realidad nacional como se conoce un país de turismo: desde la carretera o la vía del ferrocarril. Así los rancheríos, la vida miserable de los trabajadores de la tierra, la desolada y horizontal vida de los peones de las estancias, escapan al conocimiento corriente”. Ese fue Julio Castro en “El Analfabetismo”. Castro y Miguel Soler, (vivo, trabajando, estudiando, y creando conocimiento en educación), encabezaron las Misiones Socioeducativas que llevaron educación a los poblados rurales olvidados por las ciudades. “La ciudad está a 70 kilómetros, es lejos, y muchas veces estos niños vivían en la calle porque sus padres trabajan en estancias alejadas, no los podían controlar”. La voz de la maestra – directora de la escuela rural, Teresa López, cuenta una realidad que por momentos parece un ejemplo educativo, y por otro lado una situación de desolación para 50 niños alejados de sus familias.
Vivir alejados
Para los de la ciudad es muy difícil entender la vida lejos del asfalto. Allí, en la Escuela de Paso Farías, hay campo, viviendas de Mevir, y un almacén. La capilla está junto a las viviendas. En total en el lugar habitan 200 personas en las viviendas, más los 50 niños, cuatro maestros, dos funcionarios no docentes y un peón que realiza tareas de limpieza, en la Escuela. A ellos se les suma la directora: “Vivimos acá, con ellos, y la ventaja que tienen es que están todo el tiempo atendidos por docentes”. Ellos, los 50 niños y niñas que cursan de preescolar a sexto año se ponen la túnica y la moña para estar en clases de 8.30 a 13.30 horas. Después “hay actividades extracurriculares, didácticas, que los ayuda a convivir y a aprender, pero además a ser niños felices”. Los niños no solo están alejados de la ciudad, algo que “ellos están lógicamente acostumbrados es su modo de vida. Yo fui una alumna de escuela rural y vivir en el campo es natural”, sostuvo la directora. Pero los niños deben estar lejos de sus padres que en la mayoría de los casos trabajan en estancias dentro y fuera del departamento de Artigas. Otro factor de lejanía es que tras salir de la escuela deberán irse a treinta kilómetros para comenzar a cursar, como una de las opciones, el liceo rural de Javier de Viana, que también tiene el método de internado.
Logros educativos
Estar lejos de la familia requiere un apoyo extra por parte de la institución. Un equipo multidisciplinario atiende a los niños, que además son revisados periódicamente por una policlínica móvil.
La escuela cuenta con el Plan Ceibal, pero “tenemos una mala conexión y se usan muy poco las computadoras”, dijo la directora. La mala conexión se debe a que “estamos en una zona rural, muy alejada”. Según la entrevistada “lo positivo de estar todo el tiempo con ellos es que tienen una atención personalizada”. Eso ha logrado que la escuela tenga un muy bajo índice de repetición y un abandono casi nulo. Además, el control de asistencia a clases es (por la permanencia de los niños en el lugar), algo constante y efectivo. En la escuela, los niños pueden trabajar con herramientas que les permiten un acercamiento directo a algunas ramas de conocimiento como las ciencias naturales. “Podemos ir al campo, tenemos huerta y animales para estudiar”.
Programa igualitario
En la Escuela Rural de Paso Farías se dicta el mismo programa curricular que en Montevideo. Los niños, a pesar de estar cerca de la frontera (no tanto como los de la ciudad de Bella Unión y Artigas), hablan español, aunque “a veces dicen algunas palabras en portugués” explicó la directora. El “portuñol” no lo hablan y “tienen un acento como a bonaerenses, más que a niños de la frontera”. La influencia cultural de Argentina en Bella Unión se hace sentir cada vez más. “Entonces se da una mezcla extraña”, explicó Teresa López.
Alejados de las ciudades, en el Uruguay profundo, la escuela pública uruguaya gana su lugar, reproduce la educación del pueblo que alguna vez soñó José Pedro Varela desde la experiencia rural. Es la experiencia de 50 niños que estudian y viven en su lugar de estudio.
La escuela a veces puede
Una frase histórica surgida de un congreso de educación rural, y dicha por una maestra quedó en el imaginario colectivo desde aquella lejana década de 1930. “La escuela sola no puede”. Esa fue la respuesta a los reclamos sociales y políticos a la institución educativa por todos los problemas del país. En la escuela rural de Artigas, los alumnos son enviados muchas veces sin la vestimenta adecuada a la escuela. Llegan sin nada que ponerse. No a todos, pero sí en muchos casos, se les debe proporcionar vestimenta. La escuela cuenta con el servicio de lavandería que es posible gracias a que hace poco tiempo les dieron un lavarropas. Una institución social de la zona les brinda apoyo en ropa y comida. El Consejo de Educación Inicial y Primaria (CEIP) presta el servicio alimentario.
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Matías Rótulo.