El bufón se enfermó y la tristeza
hizo estragos. Ahí mismo se suicidó el amigo con el peor delirio de todos: anduvo desnudo
girando en la Plaza Independencia. Llegó un policía travesti, y se rió del enfermo
y del paralítico. Los Presidentes saludaban con una sonrisa. Los militares
taconeaban una marchita infantil. Traca tra, traca tra, turu, turu. Tengo la onomatopeya
de una sombra que suena así… ¿Escucharon?
Entonces apareció un paraguayo y
todos lo miraron sorprendidos, se hizo un silencio, el suicida detuvo su acto y
volvió a respirar, el bufón frunció los labios como dudando del momento, los
Presidentes hicieron la venia, y los militares pusieron sus dedos en la lanza.
El policía se acercó a preguntarle al paraguayo de qué país era: soy paraguayo.
Y todos rieron, menos el paraguayo que se arrodilló a gritar y desde arriba se
lo vio golpeado por gotas de lluvia que le atravesaron el cráneo.
En la Plaza Uruguaya, un uruguayo
era apaleado por un grupo de paraguayos. Un Presidente tuvo dos horas para ir
al baño y de inmediato le robaron la ropa. En la Plaza Uruguaya se encontraron
dos enamorados, y ahí mintieron las palomas que revolotearon como en paz,
alrededor de ellos dos.
En el medio del acto sexual, dos
sirenas se besaban en la boca, y con la cola apagaban un incendio.
En el final del reloj, siempre
hay un comienzo, un segundo después, un minuto antes de mirarte, cinco minutos
faltan para mi muerte, diez minutos para darles vida a los gusanos.
El bufón lee y parodia al lector.
Entonces se abrazan las monjas como en despedida. En Asunción dijeron que en la
Plaza Uruguaya alguien murió de risa; un bufón que no soportó su propio acto.
Por cierto, los militares siguen tanteándose la lanza, y se sacuden la pija
cuando mean al pueblo.
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Matías Rótulo.