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El Infierno está encantador esta noche



Dante escribió La Commedia y todos quedamos atrapados, pensando que existe un infierno. La dividió en círculos, como edificaciones de armenios que venden herméticos pisos para una vida del primer mundo, pero en Montevideo.



Por Matías Rótulo 
En el medio del camino de nuestras vidas nos damos cuenta que nuestra ciudad es sucia porque una rata se nos cruza desde un contenedor, que tenemos una gran rabia contenida porque un perro nos mueve la cola y lo queremos patear, y que somos codiciosos, algo que descubrimos ni bien un gato negro se nos cruza cuando vamos rumbo al trabajo. Cuando vemos al gato, de inmediato pensamos en la mala suerte, porque la suerte es la única que nos puede salvar de seguir laburando.
Entonces vamos atravesando puertas: la peor es la de la Intendencia de Montevideo que debería decir en letras de mármol: “Por mí se va…” ¿A dónde se va? Se va a un mundo incierto, desconocido, complicado, burocrático, infernal. Ojo, me refiero ya a la Divina Comedia, de ninguna manera hablaría así de nuestra comuna.
Encontramos ahí, ni bien estamos a un paso de entrar, la sombra de Mario Benedetti. Su espíritu volvió del más allá cual Virgilio con Dante. Volvió porque era buen escritor, porque escribió sobre las oficinas, porque además está en el Infierno, enviado directamente por el diario El País que en la Dictadura se encargó de divulgar su nombre para que lo encontraran.
Pues bien, Mario nos enseñó el Infierno montevideano.

Círculo primero: El limbo.
Ahí están los no bautizados. Que es lo mismo que decir: aquellos montevideanos que admiten que votaron a Ana Olivera. Hace algunos años, ahí estaban los que admitían que no votaban al Frente Amplio. Cada uno se alterna de acuerdo al período de gobierno y según cómo ande. Esos están en el Limbo. No saben para dónde van a ir. No son malignos, pero tampoco buena gente. También están los paganos virtuosos: por ejemplo Alejandra Forlán (me evito los comentarios).

Segundo círculo: la lujuria
Los montevideanos somos extremadamente lujuriosos. Miramos pasar a las muchachas y nos damos vueltas descaradamente en pleno 18 de Julio. Le damos rating a cuanto programa de televisión que haga apología de la bombachita finita y ponemos en un almanaque de ferretería a Sebastián Beltrame agotando la tirada. Por algo, además, fue necesario comenzar una campaña contra la explotación sexual infantil que apunta a que buena parte del problema, es que hay muchos hombres que les pagan a menores por sexo.

Tercer círculo: la gula
El Centro de Montevideo es un espeto corrido de comidas berretas. Está lleno de casas de hamburguesas, pizzerías, carritos de chorizo, garrapiñada, heladerías y otros suministros para hacer bien compleja nuestra digestión. Comemos el asado del sábado de noche y los ravioles del domingo (o viceversa). Reventamos en las fiestas como petardo de nene rompe bolas. Comemos con la mano por la calle, porque además somos monos vestidos de elegantes trajes que no pueden disfrutar de la media hora libre de la oficina sentados en un bar o una plaza. Comemos hasta vomitarnos acusaciones mutuas de gordura. Porque además tenemos el tupé de decirle al gordito “che, cuidate”, mientras eructamos el pancho con mayonesa del mediodía. 

Cuarto círculo: avaricia
No es que seamos avaros. Somos compradores compulsivos que esperamos la noche de los descuentos para vernos las caras. No, ¿qué caras? Para vernos nuestros traseros hechos por castigo de gula, moverse lentamente entre pelotones de gente con bolsas de mandados. Somos solidarios con las obras sociales que nos venden caras famosas por televisión. Le damos plata al cantante imitador de Los Nocheros en el 77, cargamos las tarjetas y nos vamos de vacaciones. Pero en el fondo somos avaros. Lo único que en vez de guardarla la transformamos en placer inmediato, efímero, compulsivo y descartable. Somos avaros porque no compartimos. No compartimos ese pasito del ómnibus que permite subir a otro vecino. No compartimos el silencio del otro en el cine o el teatro y siempre tenemos que comentar algo. Somos avaros con el que la pasa mal, y con la sociedad cuando le debemos los impuestos.

Quinto círculo: la ira y la pereza
Somos una sociedad con ira. No nos podemos hablar, tenemos que gritarnos, insultarnos, tocarnos bocina. Vamos en el ómnibus hablando solos y fuerte para que nos escuche aquel que pensamos que hizo algo mal. Somos perezosos: el lunes pensamos que es el fin del mundo porque vamos a trabajar, el viernes a las siete de la mañana, festejamos por Facebook que es viernes aunque queden con suerte, ocho horas de trabajo.

Sexto círculo: Herejía
Esperemos que un día Cotugno escriba sobre esto.

Séptimo círculo: Violencia
Fútbol (y demás deportes), boliches, centros de enseñanza, la feria, medios de comunicación, política, transporte público, oficinas públicas… Puedo seguir, pero sería inútil. La violencia está en todos lados.

Octavo círculo: Fraude
Esto es extraño, porque una obra con una fuerte carga simbólica de religión como La Divina Comedia, no debería ser vinculada en su círculo octavo con la religión. Pero Montevideo es testigo de cómo las sectas y religiones engañan al público con sus productos milagrosos. Tenemos fraudes de venta directa y ¡Llame ya! Fraude de los que juegan a la mosqueta en pleno 18 de Julio a la vista de los gerentes del Banco República, del rector de la Universidad, del director de rentas, del director del Inju, de la policía. Pero Montevideo es indiferente a todo eso también.

Noveno círculo: la traición
Los del MPP se sienten traicionados por Álvaro Vega y Esteban Pérez. Ellos sienten lo mismo del MPP. En Montevideo traicionamos a nuestras parejas porque somos lujuriosos /as, le robamos al vecino y al Estado (la semana pasada publiqué una nota en Voces donde se demuestra que nos duele más que le roben al vecino a que le roben al Estado). Mujica traiciona a Cristina. El chofer del ómnibus traiciona al pobre laburante que se queda con la mano extendida. Nos traicionamos a nosotros mismos cuando rompemos la ciudad, cada vez que la ensuciamos, porque traicionamos al funcionario municipal que debe limpiar lo que ensuciamos. Así somos los montevideanos.

El Diablo
En el fondo del Infierno vemos a varios diablos, apretados y congelados. Cada uno tiene a su ángel traicionero allí, bajo llave. El automovilista ve en el fondo del agujero al inspector de tránsito, el ciudadano al político, el alumno al profesor, el político al periodista (u otros políticos, inclusive del mismo partido), el músico al vendedor de discos truchos, el ladrón al policía. Y yo miro en el espejo y veo a un montevideano, que no se merece para nada vivir eternamente en el Paraíso. 


Publicado en Voces el 25/04/13

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