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Testigos de su tiempo

PAPELES SALVAJES  


El libro Testigos de su tiempo de Javier Benech y Ernesto Tulbovitz presenta la entrevista a nueve personas que ejercieron lo que el  periodista Gabriel García Márquez llama “el mejor oficio del mundo”.

Por Matias Rótulo (publicado el 18/7/13 en Voces)

Explican los autores que “los periodistas suelen pasar desapercibidos –porque su trabajo consiste precisamente en que la estrella sea la noticia–, pero son testigos privilegiados de los acontecimientos que han forjado la identidad nacional”. Los autores del libro son los testigos privilegiados de acontecimientos Ernesto Tulbovitz y Javier Benech. Ambos son periodistas que se animaron a desobedecer el folklore que suena en las redacciones como una máxima asumida desde generaciones añejas: “no hagas periodismo de periodismo”. Es como si un médico no examinara a otro médico. Por eso convocaron a Néber Araújo, Cristina Canoura, Cacho Etcheverry, Roberto Altieri, Nelson Domínguez, Silvia Tron, Uncas Fernández, Eduardo Navia, y Aurelio González. Los autores del libro, no sólo ejercieron su profesión sino que les preguntaron a sus entrevistados periodistas (elegir los entrevistados significa un reconocimiento a cada uno) qué es ejercer la labor periodística.

El libro construye a partir de las entrevistas, –tal vez sin buscarlo así los autores-, una serie de debates que hacen hoy la tarea profesional: el poder, la ética, la formación, el papel del periodismo en la sociedad, el negocio, la relación que tiene el periodismo en general con la sociedad, los gobiernos (democráticos o no),  y los avances tecnológicos. El libro presenta a los entrevistados desde su mirada sobre la profesión de ser periodista desde una valoración experimental y a su vez crítica.
Los textos se acompañan con fotos de los entrevistados en plena práctica de su oficio (fotos del archivo personal de los entrevistados) y las fotos actuales de Leo Barizzoni reivindicándose así que el periodismo es también ejercido por los fotógrafos (y camarógrafos), algo que a veces parece olvidarse, inclusive a los que estamos en este medio. De hecho, la entrevista a Aurelio González como otro testigo de su tiempo, deja en claro que los autores no escatimaron en el reconocimiento a quienes ejercen el periodismo desde atrás de la cámara, poniéndonos delante de nuestros ojos su propia interpretación de los hechos.  

Ser y hacerse periodista

Cristina Canoura, periodista especializada en salud en Búsqueda, (hoy jubilada) explica cómo la profesión requiere una preparación y una actualización constante, más aún en temas que exigen conocimientos disciplinares como para no confundir un virus de una bacteria, tal como cuenta la entrevistada a modo de anécdota a partir de un “error” que determinó que un ministro de salud le escribiera una carta para aclararle la diferencia.

Cacho Echeverry comenzó su carrera a los treinta y cuatro años de edad: “Sí, empecé mayor” admite. Durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle (1990-1995) estuvo al frente de la Secretaría de Presidencia y Difusión (Sepredi). Al haber estado tan cerca del poder, hoy con autoridad afirma que el periodismo más que el cuarto poder “en algunos casos es más el segundo poder, que es el lugar del Parlamento” porque “hay periodistas que influyen mucho”. Los relatos transitan así por las opiniones y por el recuerdo, tal es el caso del testimonio de “Laco” Domínguez sobre la noche en que los periodistas se enteraron de la muerte de Óscar Gestido, o los primeros momentos de la vuelta de la Democracia en la voz de Néber Araujo. Silvia Tron, una de las mujeres pioneras en el periodismo rememora sus inicios, esos en los que ella fue protagonista de la lucha de las mujeres para hacerse un lugar en el medio.
También están las marcas que deja Aurelio González en su relato (fotógrafo de El Popular). Son las mismas marcas que lo construyeron a él como hombre, militante y periodista. Esas mismas marcas hicieron que un buen día, el archivo escondido de El Popular apareciera donde fue escondido de las garras de la Dictadura, hace poco, haciéndonos a nosotros también testigos de aquel tiempo.

El libro es un aporte a la historia oral con Testigos de su Tiempo que siguen siendo testigos de este tiempo mientras tengan vida, y mientras sus relatos perduren. Por eso hay que destacar la reivindicación del libro a la entrevista, muchas veces desprestigiada por la falta de espacio en los medios de comunicación dirigidos por la mano maestra de lo instantáneo y veloz. Es el mismo artífice que no nos hace conversar y escuchar al otro porque no hay tiempo ni interés. Por esa razón, Benech y Tulbovitz miran para adentro de su propia profesión y se sientan a escuchar cómo las experiencias de aquellos Testigos de su tiempo los hacen a ellos también testigos en primera persona. Desde estas páginas machadas de tinta se les agradece… pero pasemos desapercibidos, leamos el libro y seamos también testigos.

TESTIMONIOS TOMADOS DE TESTIGOS DE SU TIEMPO



Néber Araujo
Tuve la suerte de que a los quince días me llamara [Jorge] Mullins para conversar con él en radio Sarandí. Al llegar me comentó que no me estaba ofreciendo nada en la radio, pero que en el canal 12 iban a hacer un programa que se iba a llamar En vivo y en directo, y no tenían conductor. “¿No se anima a hacer un casting?”, me preguntó. “Sí, encantado”, le respondí. Entonces hice el casting y entré. Empecé en noviembre u octubre del 72. (…) Cuando ocurrió el golpe de Estado, estábamos con ese programa “ómnibus”, de cuatro horas en la tarde, y lo levantamos porque no podíamos hablar de nada. Me quedé solo en el informativo. Vino el golpe de Estado en Chile, en setiembre del 73, y a mí se me ocurrió esa noche hacer un programa con todo el material que había llegado: los tiroteos, los aviones, la muerte de Allende, todo eso. Y cuando iba cerrando el programa y estaba hablando de la muerte de Allende, evoqué la frase aquella de Hemingway en El viejo y el mar: “El hombre podrá ser vencido, pero jamás destruido”. Cerré con eso el programa, eran como las once de la noche, y cuando salí había una camioneta de militares esperándome.



Cristina Canoura        

- Creo que los periodistas que escriben sobre ciencia logran varias cosas. Primero, romper el estereotipo de la profesión. ¿Cuál es el estereotipo máximo? Que el periodista sabe de todo, que puede hablar de cualquier cosa. Pero en salud, si no leés, si no estudiás, si no te reconocés ignorante ante tu propia fuente, no marcha. A mis fuentes yo me las hice diciéndoles: “Mire, a mí me resulta extraño este tema”. Leía y siempre preguntaba setenta mil veces. Nunca tuve empacho en volver a llamar para pedir explicaciones adicionales.

–¿Es cierto que muchas veces le decían doctora?
Me lo preguntaban, y era lo peor que me podía pasar, siempre odié esa pregunta. “¿Usted estudió medicina?”. ¿Usted es médica?”. Yo les contestaba: “Nunca estudié medicina, para nada. Yo soy periodista”. “¡Ah, pero es muy solvente!”, me decían.

Cacho Echeverry

–Desde hace un tiempo en los medios hay un uso bastante excesivo del condicional...
–Sí, y se da porque falta rigurosidad. También se escucha: “El ministro Fulano habló de tal cosa, dijeron fuentes confiables”. En realidad cuando se formula así es porque no se animan a decir que lo levantaron de otro medio. ¿Qué es esto de “dijeron fuentes confiables”? El condicional se aplica cuando no fueron a buscar la noticia.

(…)
–¿El periodismo es “el cuarto poder” como habitualmente se escucha fuera del ámbito periodístico?
–Yo no sé si el cuarto. En algunos casos es más el segundo poder, que es el lugar del Parlamento. Hay periodistas que influyen mucho. Este es un país muy limitante en esa materia. Uno está siempre en un entorno en el que hay corrupción. Además el salario del periodista también marca un condicionamiento porque depende de él para pagar la cuota del banco, la luz o la sociedad médica. A veces un jefe del departamento de ventas le puede plantear al secretario de redacción: “De este tema no”. Ahí uno sabe que de eso no puede hablar. Yo lo viví.

Roberto Altieri

… el poder de la televisión hizo que muchos medios se alinearan detrás de una forma de hacer las cosas. Y creo que el periodismo debe seguir siendo periodismo, y el diario tiene que estar bien escrito y guardar las reglas del lenguaje. Se pueden usar palabras de una jerga o de un lunfardo, sí están reconocidas. Pienso que alguien debe leer el diario y quedarse con la sensación de que el periodista sabe más que él de ese tema y que no le está dando las mismas diez líneas que le da la televisión. Hoy hay una forma distinta de trabajar. Antes de la dictadura, para poner una declaración en una nota tenía que ser muy importante. No tenía que ser “te digo las cosas porque soy un vivo y te estoy usando”.


Nelson “Laco” Domínguez







(…) En un determinado momento pidió por favor: “¡Abran, abran que hay una noticia urgente!”. Nosotros seguíamos en la misma y le decíamos que llamara por teléfono. “¡Abran!”, repitió. Como estaba por tirar la puerta, intervine
directamente.

–¿Qué le dijiste?
–Lo recuerdo textual: “¡Escuchame, Pollo”, así le decíamos, “¡No rompas más los huevos! ¿No ves que nadie te da pelota? ¡Andá a cumplir con tu tarea!”. Al tipo se le caían las lágrimas. Y en un momento determinado me dijo: “Escuchame, loco, a vos te lo tengo que decir”. El tipo lloraba. Y bueno, en un momento determinado me dijo: “Te pido por favor, me acaban de avisar que murió Gestido”.

–¿Y cuál fue su reacción y la de sus colegas?
–Imaginate cómo sería la joda del ambiente que cuando dijo “murió Gestido”, le contestamos: “Escuchá, ¿no tenés otro curro que inventar? ¡No jodas, Pollo! ¡Gestido murió hace años!

–¿Ustedes lo decían por Álvaro, el hermano, el jugador
de fútbol que había muerto hace años?
–¡Claro! Y bueno, a la cuarta o quinta vez que lo dijo, y además llorando, yo pensé que a un pelotudo como ese, a un hombre de la noche como ese, no se le podían caer las lágrimas por joder. (…) Cuando abrimos, el hombre estaba bañado en lágrimas. Nos dijo que le habían avisado hacía diez minutos de la muerte del presidente Gestido. El que estaba al lado del teléfono llamó al comisario de guardia.
Él fue el primer periodista en llamar a su diario.

–¿A qué diario?
–Era de El País. Llamó y no le dieron pelota.


Silvia Tron
Silvia Tron

-        (…)
-        Los diarios forman a los periodistas. Es una responsabilidad brutal escribir algo que queda. Por más que lo lean o no lo lean, queda. Además, requiere de un gran
rigor intelectual escribir en un papel.

-        ¿Qué piensa de quienes dicen que el diario en papel va
a desaparecer?
-        Espero no estar viva para ver eso. Si no querés leer un diario que es una cosa transitoria, tomá un libro. A mí no me pueden convencer de que los libros van a desaparecer, que nunca más nadie va a leer un libro, que no lo va a tener en la mano, que es una sensación brutal. Eso no puede ser que desaparezca, de ninguna manera.




Uncas Fernández

-¿Qué imagen se le viene a la memoria cuando piensa en un periodista?
-Los niños de tres, cuatro o algunos años más también son, en general, preguntones por naturaleza. Llevan el arma del “por qué” siempre pronta. Pero además de los porqués, esgrimen los “cómo, cuándo, dónde”. En definitiva, todas las preguntas que llevan a descubrir la realidad. El periodista tiene que ser un niño de cuatro o cinco años permanente.
Una condición muy importante, que me llevó a darme cuenta de que ya estaba para jubilarme, es la capacidad de no acostumbrarse a las cosas que se tienen alrededor, a la rutina diaria, porque suceden cosas que están más allá de la rutina.


Eduardo Navia

–Como periodista debe de haber sido estimulante trabajar en la época del regreso a la democracia. ¿Cómo recuerda aquel período?
–En aquel momento yo estaba en El País. En la redacción el cuidado que teníamos era el de no dejarnos llevar por nuestros impulsos como ciudadanos, porque eso podía suponer salir a la calle a gritar. Me acuerdo por ejemplo que en el Plebiscito del 80, en un determinado momento salí del diario a caminar por 18 para ver qué pasaba y fue emocionante. Me cruzaba con personas que nunca había visto que me sonreían o guiñaban. Era como estar bailando en la cuerda floja, porque no sabías bien qué podía venir después. Para mí el problema principal siempre ha sido separar lo emocional de la rigidez informativa que hay que tener. Yo siempre les digo a los muchachos que quieren ser periodistas y me vienen a ver, que hay que tener mucho cuidado en no ser utilizados. Porque en aras de conseguir la noticia, te pueden engatusar. En aquella época había un concepto muy romántico del papel de la prensa. Uno se daba cuenta de que estaba participando de una etapa muy importante noticiosamente, había un estrés agradable.


Aurelio González

Claro, preguntaban dónde estaba el archivo de El Popular. Yo me había hecho ya el firme propósito de no decirlo, de ignorarlo, como si no existiera. Les decía: “Si ustedes no lo
saben… El Ejército entró al diario y ahí estaban todos los negativos, todas las cosas. Pregúntenle al Ejército”. El 14 de noviembre del 76 vinieron a buscarme otra vez y ahí todo se complicó. Ese día no me había dado tiempo de cerrar la puerta de abajo y golpearon cerca de mi dormitorio. El escape fue diferente al que había planificado: me fui por los techos y salté hacia una casa de apartamentos, como una pluma. Es 184 increíble cómo el ser humano en el momento en el que está acorralado saca su mayor virtud. Fui capaz de tirarme sin miedo desde una altura considerable, pero además no hice ruido. Salí a la calle Colón, tomé para 25 de Mayo y fui a la casa de una compañera que era medio contacto mío. “No te arrimes por mi casa porque allí queda montada una ratonera”, le dije.



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