Por Matías Rótulo -Publicado en el número 454 de Voces (6/11/14)
“-¿Qué es el optimismo? -dijo Cacambo.
-¡Ah! -respondió Cándido- es la manía de sustentar
que todo está bien cuando está uno muy mal”
Cándido, de Voltaire.
Cuando el periodista[1]
le preguntó a José Saramago sobre su optimismo, el portugués respondió: “¿Cómo
vas a ser optimista si lees el periódico? El mundo es el lugar del infierno;
millones nacen para sufrir; no les importan nada a nadie (SIC). No soy un
pesimista, soy un optimista bien informado”.
Vivir en el mejor de
los mundos posibles, tal como proclamó el filósofo Leibniz, nacido en el siglo
XVII y ridiculizado por Voltaire en Cándido,
conformarse con lo dado, rechazar el espíritu crítico, está radicalmente en
contra del postulado de Saramago. Pero en Uruguay se ha retomado la tradición
de un pensamiento filosófico añejo, y algún publicista lo articuló como una
máxima de bastante poco vuelo para la campaña política.
Los dos candidatos que
se postulan la presidencia en noviembre se han referido al optimismo o lo
“positivo” con la tónica de una tapa de La
República (siempre en positivo a favor del Frente Amplio, rompiendo con el
espíritu crítico tradicional de la izquierda) o con el optimismo de un votante
blanco, frente a los (malos) números de la primera vuelta, que lo dejan alejado
de la Presidencia, más allá de las alianzas nacionales “por la positiva”.
En épocas políticas, el
planteo de Leibniz parece muy lejano pero sutilmente arrastrado en el discurso.
El “optimismo” de Leibniz tiene su versión filosófico- político-propagandística
de la mano de Luis Lacalle Pou y su campaña “por la positiva”. Ir por la
positiva, de hecho, es ir a la negativa de algo. Es negarse al pesimismo.
Lacalle Pou se ajusta al optimista bien informado que propone Saramago, de lo
contrario, no sería candidato de nada. Se opone por la positiva a lo negativo
del actual gobierno. El juego de palabras confunde, porque de palabras se construye
el asunto, más allá que en el inicio del programa de gobierno del Partido
Nacional se afirma que no se gobierna con palabras, sino con hechos. Empero, la
palabra ha sido históricamente el motor
de las campañas. Si son palabras lindas es mucho mejor. A nadie se le ocurre
atemorizar en estos tiempos con palabras sobre los comunistas y tupamaros al
poder como en 1999 y 2004, o con las crisis económicas que se heredó
malditamente del gobierno colorado. El mensaje debe ser otro: un mensaje positivo.
Ser
positivo
Lacalle Pou cuida que
su programa de gobierno no vaya por la negativa, pero cuando muestra las fallas
del Frente Amplio para después proponer “por la positiva”, primero debe hacer
un proceso donde impere la negativa. El pesimista se informa para ser optimista,
como en este ejemplo: “Los gobiernos del Frente Amplio han fracasado en el
manejo de la seguridad” (programa de gobierno del PN). Sea cierto o no, el
postulado sobre la “inseguridad” (la falta de ella, el mensaje negativo)
desmoraliza para cumplir con su objetivo traducido en el voto del votante. Si
me desmoralizo, no veo las cosas de manera “positiva” sino negativa. Si veo las
cosas por la negativa, tendré que votar por la positiva. Lo negativo es
entonces la mejor y más efectiva herramienta de Lacalle Pou. El “yo no
descalifico, y no ataco” tan repetido por este candidato es una falacia, pues
desde su propia afirmación descalifica y ataca. Acusa a los otros de
“descalificar y atacar” alejándose él mismo de su postura acusatoria. Así como
el “yo no debato” de Vázquez es un debate en sí mismo. No debatir es una
postura por la negativa, que apunta a un mensaje positivo: si yo voy ganando,
no debato. Lo positivo es “estoy ganando”, lo negativo sería “privo a la gente
del debate”.
Las
propuestas de mejoras por “el bien de todos” abundan desde la positiva
histórica con resultados nefastos para las sociedades. Desde la Alemania de
Hitler al Uruguay de 1973, incluyendo las democráticas experiencias de los
noventa en nuestro continente. Ser “positivo”, más que una propuesta política
vacía de contenido por estar llena de contradicciones, es un simple recurso
retórico, parecido a frases que proponen vender productos: “Mc Donalds, me
encanta”, “Coca Cola es sentir de verdad”, “Movistar, compartida, la vida es
más”. No se construye nada, simplemente se afirma de una manera totalizadora lo
hermoso del producto.
Luis Lacalle Pou es el candidato o el
optimismo. Como Cándido, al final descubrirá que la vida es dura y cruel y que
para gobernar se necesita tanto construir como destruir en el buen sentido. Se
necesita ser un poco negativo. Tabaré ya sabe lo que significa aquella frase
final de la novelita de Voltaire: “cultivemos nuestro jardín”.
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Matías Rótulo.