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Soler: abolición de todos los ejércitos y armas

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Se presentó el libro "La Túnica en el Perchero" de Matías Rótulo y Victoria Alfaro, editado por el Consejo de Educación Inicial y Primaria. La presentación  contó con el prólogo de Miguel Soler Rocca que transcribimos aquí. 


Miguel Soler:

Un tema previo: no puedo iniciar estas palabras en público sobre asuntos vinculados a la educación sin expresar mi dolor, mi indignación y mi protesta ante un hecho de actualidad: me refiero a México, país en el que viví durante siete años y al que mucho debo; a Guerrero, estado mexicano que conocí; a Ayotzinapa, sede de una de las muchas escuelas normales dedicadas en México a la formación de maestros campesinos. Desde allí se reclama hoy la presentación con vida de 43 estudiantes desaparecidos y casi seguramente asesinados. Me sumo a ese reclamo. Deseo lo mejor para México, en particular su regreso a una existencia en paz.
Segundo tema que quiero evocar, fuertemente asociado al anterior: hoy es 10 de diciembre, desde hace 66 años Día Internacional de los Derechos Humanos. Me parece un acierto que nuestras autoridades nos hayan convocado para contribuir, con el libro que hoy se presenta, a conmemorar la fecha en términos muy concretos, emitiendo con ello un vigoroso nunca más al amplísimo repertorio de violaciones que el Pueblo Uruguayo padeció en décadas pasadas. Entre ellas, no son nada menores las que afectaron su derecho a una educación libre y el respeto a los trabajadores de la misma. Es el tema de este libro y, con él en la mano, los educadores disponen a partir de ahora de una herramienta más para fortalecer su sentimiento de dignidad individual y colectiva, sin el cual la función docente expira.
No haré comentarios detallados sobre el libro “Maestros destituidos en la dictadura por causas políticas”. Tampoco les resumiré el prólogo que por invitación del CEIP escribí, con el corazón encogido, para esta obra. Me limitaré a unas pocas reflexiones.
En primer término expreso mi apoyo solidario a quienes, desde diversas posiciones en el sistema educativo, han hecho posible la aparición de este libro. Por su tema, por su condición testimonial, por el valor de sus análisis, por el momento en que aparece, publicar este libro desde un organismo del Estado constituye un acto de entereza ética, que le hace un gran bien al país y que ojalá sirva de ejemplo. Como maestro y como ciudadano les hago llegar el aplauso que merece su civismo y su observancia de los principios que fundamentan nuestra Constitución y nuestra legislación, a la vez que les reitero mi gratitud por haberme asociado a esta singular actividad. 
A Matías Rótulo y a Victoria Alfaro, los autores, mis más sinceras felicitaciones. No es fácil hacer periodismo de investigación y ampliar nuestro conocimiento de la historia nacional presentando, con objetividad y al mismo tiempo compromiso, una versión rescatadora de hechos que tantos quieren mantener en el olvido, sea éste intencionado o involuntario. Ustedes lo han logrado, con el aporte de un centenar de docentes y colaboradores que prefirieron dar testimonio de su pasado a seguir conviviendo con el silencio. El resultado es excelente, bien estructurado y documentado, con análisis convincentes, en resumen, portador de claridades. ¡Bravo por todos!
Repito que no entraré a comentarles el contenido del libro. Ya lo hice en el prólogo, escrito éste en caliente, con exceso de adjetivos, con embestidas emocionales que el lector atribuirá, si puedo pedírselo, más a los asuntos de que en él me ocupo que a mi avanzada edad. No dispongo en esta ocasión de tiempo para volver al pasado, sobre el que me he expresado repetidamente en escritos cuyo contenido ratifico. 

Quisiera terminar situándome en el futuro con la expresión de algunos votos muy personales como los siguientes:

Primero: hago votos por una amplia difusión de este libro, por la reimpresión de tantos ejemplares como hagan falta para que todos los educadores en actividad tengan acceso a su mensaje fáctico y ético, con la concesión de facilidades, si ello fuera posible, a editoriales privadas para que se le dé también una circulación comercial no lucrativa. Es preciso que su lectura sea accesible a la ciudadanía.

Segundo: hago votos porque la publicación de este libro no sea el punto final de las investigaciones en el amplísimo campo de la violación de los Derechos Humanos durante la dictadura. Dicen los autores: “Hay que investigar mucho más. (…) Hay que cerrar el camino a la posibilidad de que hechos como estos vuelvan a ocurrir”. Y por su parte, el propio CEIP nos dice en su introducción: “Otros continuarán este camino”. Surgen del texto múltiples ofrecimientos de colaboración con tal fin. Me declaro complacido y esperanzado por la creación por el actual Gobierno de la Institución Nacional de Derechos Humanos, así como por la lectura de sus dictámenes. Los esfuerzos de las organizaciones de la sociedad civil no cejan, pese al silencio inmisericorde de los culpables. Un solo ejemplo: tuvieron que pasar 34 años para que aparecieran los restos del Maestro Julio Castro a quien, debo recordarlo, la obra dedica un documentado y doloroso capítulo. ¿Cuántos años más serán necesarios para que conozcamos, juzguemos y castiguemos a sus captores y asesinos, cuyas muertes le vienen ganando la carrera a nuestra Justicia? Hago votos porque nuestros Jueces y Juezas surjan triunfantes de los desafíos que enfrentan, caracterizados la mayor parte de ellos por un inadmisible retraso. Me permito insistir: hago votos por la integral y urgente innegociabilidad del acatamiento a los Derechos Humanos, imponiendo luz y justicia en las violaciones del pasado y concibiendo la educación de modo que contribuya a su futuro y universal respeto.

Tercero: hago votos por una mirada frecuente y comprometida de todos los maestros en actividad y de todos los estudiantes de magisterio a las tres primeras líneas del Programa de Educación inicial y Primaria aprobado en 2008, que dicen: “El Programa Escolar del Consejo de Educación Primaria se centra en los Derechos Humanos, lo que significa que los alumnos son sujetos de derecho y el derecho a la educación debe garantizar el acceso de todos a una cultura general y plural”. Me consta que soplan vientos encontrados sobre los fines, organización y métodos de la futura educación básica, pero no hemos de permitir ningún retroceso en el perfil humanista que la educación tiene y debe seguir teniendo, según la ley vigente, “como un bien público y social que tiene como fin el pleno desarrollo físico, psíquico, ético, intelectual y social de todas las personas sin discriminación alguna”.

Cuarto: hago votos por la pronta anulación oficial del capítulo “Infiltraciones en la enseñanza” de la obra “Testimonio de una nación agredida” publicada en 1978 por el Comando General del Ejército, sin identificación personal de sus autores. En dicho capítulo, 116 educadores asociados a la educación primaria, muchos de ellos verdaderos referentes de la historia de la educación pública, somos presentados (y cito textualmente) como marxistas, comunistas, infiltrados, adoctrinadores, dominadores de las poblaciones marginales, sediciosos, copadores y elementos antinacionales. Sin prueba de clase alguna, los anónimos autores identifican como partícipes de la subversión antipatriótica a escuelas varias, a los sindicatos de docentes y estudiantes, a la mayoría de los Institutos Normales, a las Misiones SocioPedagógicas, al Núcleo de La Mina, al que califican de “enorme esperanza del marxismo”, a la Revista de la Educación del Pueblo, a las Inspecciones Departamentales y Regionales y hasta a las Comisiones de Fomento Escolar. Hoy, a veces con legítima añoranza, otras veces con hipocresía, se habla y se escribe sobre esa etapa como la de los años brillantes de la educación básica nacional. Pero el libelo de 1978 sigue impune, falsificando la historia, ofendiendo instituciones y personas, obstaculizando la adopción de opciones que terminen de limpiar el buen nombre de nuestra Escuela Pública. Pues bien, yo formulo votos por la realización de un acto público y oficial que restablezca la verdad, que restituya a colegas, muchos de ellos ya fallecidos, y a entidades que contribuyeron a la edificación del país, el respeto que la sociedad les debe. En pocas semanas más conmemoraremos los setenta años de la fundación de la Federación Uruguaya del Magisterio. ¿No será esta la oportunidad para que nuestras autoridades declaren la nulidad jurídica, política, intelectual y ética de la obra oficial “Testimonio de una nación agredida”, en mala hora impresa en la entonces intervenida Universidad de la República?

Quinto y último: como educador, reitero los votos que formulé en el Paraninfo de la Universidad de la República en 1987, en oportunidad en que se rendía homenaje a Julio Castro, votos “por el día – dije entonces - en que nuestro planeta haya abolido todos los ejércitos y todas las armas, por el día en que la violencia entre hermanos haya desaparecido, aun en sus más sutiles y solapadas formas, por el día en que en este país nadie pueda dirimir las cuestiones públicas apretando el gatillo. Mientras existan gatillos y dedos en disposición de apretarlos, los que nos ocupamos de educación debemos cuestionar implacablemente nuestro trabajo, hasta lograr el desarme de las manos y de las mentes. ¿Es éste un sueño? Claro que sí, pero ¿qué función más alta cabe a la educación que la de sembrar sueños y cultivarlos, paciente y amorosamente, en perspectiva de siglos si es preciso, hasta su fructificación?”. Eso dije entonces, hace 27 años; eso sigo diciendo.

Muchas gracias.

Montevideo, 14 de diciembre de 2014










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