Yo no sé qué es la tristeza. De tantas veces que la sentí,
perdió sentido. Pero sin dudas, ella la tendrá impresa en su frente.
Ella es
Grisel: adolescente virginal que se suicidó en mis brazos. Muñeca helada que
vivió en la década del veinte entre la Boca y El Buceo. Una muñeca satírica que
desnuda hervía la sangre del mismo demonio. Yo era muy joven cuando sucedió, tendría unos mil veinte años.
Su ilusión fue de cristal.
Tenía la edad de la adolescencia cuando escuché por
primera vez este tango, y coincidió con ser la primera vez que escuché la
versión de Spinetta y Páez, la primera vez que ponía ese disco en un pequeño reproductor Philips al que le reventé un parlante de presionarlo con el alto volumen.
En el ritual de los
discos recién comprados, La La La
significó el momento menos ritualista de todos. Hasta ese momento, lo
primero que hacía era pasar canción a canción, dejándola sonar unos diez
segundos. Pero con La La La me quedé dormido hasta la hora de la noche. Fue un estado de olvido, tanto es así, que La La La nunca fue escuchado completo por mí sin caer en ese sueño imprevisto. No por aburrido, sino por elocuente, La La La es la mecánica del arte haciendo girar con gracia todas las correas de ese hermoso motor de felicidad.
Castigado de tantos años, la verdad fue que intentaba
leer un libro de Jorge Luis Borges en la cama de mi altillo en Miguel Martínez
y Bustamante, en el Buceo. El disco me hizo olvidar de El Informe de Brodie.
Entraba el sol, o me imagino en el recuerdo que
entraba el sol por una pequeña ventana que daba a la azotea.
“No debí pensar jamás…” La voz de Spinetta me era
desconocida. No por ese tango que Mariano Mores compuso con Contursi. Spinetta
recién empezaba a entrar a mi poco desarrollado tímpano y se instalaba cómodamente hasta hoy. Busqué la oscuridad de mis
ojos cerrados, y me fui dibujando cada espacio de piel de Grisel, pero no
estaba nunca completa.
Es que Grisel es una canción que intenta recomponer a
Grisel, pero nunca aparece en el filamento de la boca de Luis Alberto. Y como
un fantasma reprochando el más esquizofrénico de los recuerdos, la voz de Fito
Páez operando como el demonio que llamará por teléfono representando a la
muerte en Ciudad de Pobres Corazones.
Grisel fue encontrada y cubierta por los besos del yo
lírico, pero después los puntos suspensivos.
“No debí pensar
jamás,
en lograr tu
corazón,
y sin embargo te
busqué,
hasta que un día te
encontré,
y con mis besos te
aturdí,
sin importarme que
eras buena...”
La vida de todos fue un engaño, de todos los que buscamos alguna vez a Grisel en una mujer olvidada por ese paso del tiempo que además de pasar, nos deja sin esperanzas de un beso, de una caricia, de conocer a Grisel. De saber por qué alguien la lloró. Yo la lloré también. Ni me acuerdo de tí, pero seguramente vos tampoco de mí.
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Matías Rótulo.