Un cuento de Dostoievski y uno de Felisberto están en un diálogo, tal vez no buscado, pero en sintonía entre sí. La conexión de los cuentos se dio cuando el autor de este artículo escuchó a un vendedor ambulante en un ómnibus.
Por Matías Rótulo
El cuento de Felisberto Hernández
es un llamado al arte. El personaje es un músico, concertista de piano que
tiene la facilidad de ponerse a llorar, así sin más. Ese es su arte. El arte de
la música, y el arte de llorar. Con la música genera algo ¿Qué genera? Una impresión. Con el llanto provoca
(es provocativo) pero además provoca en el otro (en quien lo ve llorar) una impresión,
una idea, y logra una venta. Eso es arte.
Entonces me
subo al 76 en Garibaldi y 8 de Octubre. Después comienza su actuación el
vendedor ambulante y ofrece la estampita. Cuenta la historia como si fuera el
recitado de un escolar. No… como si fuera el libreto de un relator comercial en
partidos de fútbol. Carece del tono extasiado por los gritos de la tribuna, el
temperamento del relator, la alegría del deporte, el frenesí del encuentro. Sin
éxtasis, con dolor (cito textual) dice: “tengo tres hijos y me he visto en la
necesidad de subir a este ómnibus porque estoy totalmente desocupado”
(Montevideo, junio de 2012). El alma de los viajantes se moviliza.
Sin éxtasis y
con dolor, en el 102 rumbo a Gruta de Lourdes, otro sujeto dice (cito textual):
“tengo tres hijos y me he visto en la necesidad de subir a este ómnibus porque
estoy totalmente desocupado” (Montevideo, junio de 2012). Eso es arte. Mi arte.
El arte que poseo de encontrar en una ciudad a dos tipos con tres hijos y que
piensen exactamente lo mismo, y que dicen exactamente lo mismo porque sufren
las mismas penas.
Llorar y vender
Llorar y vender
Dicen que la literatura se
adelanta a los hechos sociales, o los narra, o los desvía, o los matiza, o los
oculta. Dicen muchas cosas. Pero en el caso del cuento de Felisberto, al leerlo
no queda más que situarse como receptor en un hoy que tiene a muchos vendedores
de medias, artistas y llorones, leyendo algo de ayer, de más de medio siglo,
que nos muestra cómo algunas cosas no han cambiado. También se puede pensar que
las técnicas de venta y lástima se han perfeccionado.
El personaje de “El Cocodrilo”
(publicado por primera vez en Marcha en
1949), cuento de Felisberto Hernández (1902 – 1964) trata de un vendedor de
medias, pero que a su vez es músico. “… Alcancé a entrar es una gran casa de
medias para mujer. Había pensado que las medias eran más necesarias que los
conciertos y que sería más fácil de colocarlas”. El valor del arte, y el valor
de la vida, el valor de “vivir de algo” se cruza en el pensamiento moderno del
personaje. ¿A quién le importa el arte? ¿A quiénes les importante las medias de
mujer? Uno tiene una utilidad, el otro no. ¿Cuál es el que tiene alguna
utilidad?
El cuento es una
obra de arte sobre el arte. ¿Cuál es el cuento? El del vendedor de medias que
logra venderlas porque tiene la facilidad de llorar. El vendedor del ómnibus
actual, que debe hacer de alguna forma su trabajo, no llora, pero hace el
intento, no vende arte, pero actúa. El personaje de Felisberto era un músico
que encontraba que su actuación como vendedor de medias le era más redituable
que sus conciertos de piano.
Una media ilusión
El cuento se
llama “El Cocodrilo” como el apodo recibido por el personaje, al descubrir que
tiene la facilidad de llorar. De la misma forma, Felisberto hace que en el
cuento “El acomodador” el personaje tenga la facilidad de ver en la oscuridad.
Son dos cosas innatas, que surgen espontáneamente pero que ambas son utilizadas
para un fin concreto. En el caso de El Cocodrilo, el fin es vender las medias. En
ambas, los personajes llegan a sufrir en el goce.
El personaje
tiene la facilidad de llorar, pero también es ingenioso, quizás por su
condición de artista. Ganó un concurso en el cual le puso “eslogan” a las
medias que vendía, que eran de nombre “Ilusión”. El “eslogan” fue “Quien no
acaricia hoy, una media Ilusión”.
En la novela
de Vladimir Nabokov Rey, dama, vallet
(Anagrama 2010), el personaje es incentivado a vender corbatas, y Dreyer,
su tío adiestrador, le enseña el “arte de venderlas”. La ventaja de El
Cocodrilo de Felisberto es que ya tiene no uno, sino dos talentos. El de
llorar, y el de artista. “Aquel nuevo año yo empecé a llorar por el oeste y
llegué a una ciudad”. La gira del músico está al mismo nivel que la gira del
vendedor de medias. Al punto que alguien se acercó a El Cocodrilo después de un
concierto y el músico vio que la persona tenía una media en la mano: “…
quisiera que me firmara una media” le solicitó el curioso al artista, al
vendedor de medias Ilusión. El marketing, el comercio, la necesidad y el arte
son tema del cuento del Felisberto. El vendedor de medias sabe cómo vender apelando
a la sensibilidad del otro, al igual que el músico. Al igual que los vendedores
de estampitas en los ómnibus del Montevideo actual: artistas, necesitados,
cocodrilos.
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Matías Rótulo.