Luis Alberto Spinetta y Claudio Cardone, junto a tres guitarras, un atril, el teclado y algunos aparatos. se presentaron en el teatro Solís. Allí se paseó la música atravesando los altos techos del teatro. La belleza, y algunos enojos de una noche de viernes.
Por Matías Rótulo
Dirán de aquel viernes 8 de mayo que volvieron Los Olimareños tras unos cuantos años. Otros, que algo pasó en Montevideo y cruzó por momentos media ciudad hasta llegar al mismo Paraíso del Teatro Solís. Allá a lo lejos, sentado frente a un micrófono que masticaba las exaltaciones y melodías, las letras conteniendo la exacta mística de un virtuoso Spinetta y sus guitarras describían la historia de la música argentina.
En el centro del escenario, algunas luces azules acompañaban "Divino tesoro", tema que abrió la hora y media de espectáculo. Antes, una charla. Un pedido de conciencia al manejar en la ruta. Spinetta fue testigo indirecto de un accidente de tránsito hace dos años, cuando un ómnibus con liceales, compañeros de una de sus hijas, se accidentaba en una ruta argentina. El año pasado, su último disco "Un mañana", fue dedicado a los jóvenes muertos. Sin dejar pasar oportunidad, Spinetta mostraba su camiseta con el logo de la fundación "Conduciendo a conciencia", para que "nadie se olvide de esto".
Volviendo a lo musical, mera excusa para transmitir el mensaje principal que el artista pretendía hacer llegar , la guitarra de Spinetta, que Fito Páez dijo en una canción que se la olvidó en su casa, desató en sus cuerdas canciones de todas las épocas del artista.
También salió el Spinetta de buen humor, como un recreo para tanto esfuerzo cultural de algunos presentes en la sala, algo inquietos. Luego de interpretar "Barro tal vez", dijo: "lo escribí cuando era portero, y una mañana me pregunté ¿barro, tal vez?". Más tarde bromeó sobre el tema "Lago de forma mía", "lo hice cuando era remero".
El flaco Spinetta y Cardone se valieron de uno a otro para repasar la carrera del músico. "Starosta el idiota", lo tuvo al tecladista como una revelación de su sentimiento despilfarrando notas, con la distorsión dejada segundos antes por un Spinetta que, rápidamente, salió del escenario. "Los libros de la buena memoria" sonaron, y no se escuchó más que un recuerdo latente. Spinetta, artista sofisticado y puro, hombre de gentil trato y siempre dispuesto a hacer reír en los momentos oportunos, se enojó con los mismos de siempre, impacientes paparazzis improvisados que no respetan la prohibición de sacar fotos en el Solís. Tampoco toleró a los disconformes del repertorio que siempre piden sus temas, como que fuera la única forma de justificar su entrada. Por lo demás, Spinetta fue el músico digno de ser escuchado. Interpretó con valentía "Guitarra" con letra de Atahualpa Yupanqui y música de León Gieco. Dijo "voy a hacer un tema de un artista muy talentoso" y bendición de Spinetta mediante sobre el talento de Fito Páez, se escuchó "Las cosas tienen movimiento". Utilizó sintetizadores, distorsionó el espacio, y moldeó como siempre hace, su voz para transformarla en otro instrumento. De su último disco poco se escuchó, prefiriendo aquellos temas que nunca son grandes éxitos, pues su música queda solapada para el gusto de algunos pocos.
Por momentos fue un duro rocker sin baterías ni bajos, pero con espíritu de no callarse nada. En otros, fue la suave forma de una obra donde un artista aplica la estética al pie de la letra, expresando impresiones, trabajando su materia para darle forma. Ese viernes 8 de mayo, Spinetta volvió a Montevideo. Un músico de la vieja escuela. Un "maestro" dicen desde Charly García a Fito Páez, Nebbia y Calamaro. Un sofisticado roquero argentino, o como más le gusta definirlo el resto del mundo sin más palabras que agregar: El Flaco.
Publicado el lunes 11 de mayo en La República.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por su comentario.
Matías Rótulo.