Por Matías Rótulo
La mayoría de las gotas de transpiración tienen el mismo sabor. Beso, trabajo seca, al sol, hiriente, me parto los labios al intentar que la lengua me bese, me contamino de líquido, me alimento, te beso. Mi cuerpo, el cuerpo que me contiene está preso, pero yo estoy libre flotando en el cuerpo encerrado. Soy libre cuando sonrío, libre cuando mastico, libre cuando me hacen hacer silencio.
Tenía los ojos que yo quisiera tener. Ese color celeste que en el centro dibuja un círculo negro: bien negro. Las pestañas eran largas, armadas como si fuera una luminaria, una araña de techo; brillaba así. Yo fui libre en ese momento, cuando la vi, cuando pude observarla llorar. Soy libre cuando lloro también, aunque mi lágrima siempre termina en la boca: que muerde con rabia lo que yo le regalo.
Los escucho hablar y me sorprendo del silencio que dejan cuando recuerdan la libertad. Para mí, la libertad es infinita. Quiero escuchar músicas, voces, silencios. Pero solo si los dedos se introducen en los orificios de mi cuerpo, es imposible que pueda dejar de escuchar. Soy libre, pero estoy preso de los sonidos. Y me parece escucharte llamar, llorando, avisándome que te ibas. Te fuiste, y sentí el peor de los silencios: cuando me anunciaron tu muerte.
Siento que la suavidad es una utopía. El calor una alegría, el frío una novia enojada. Siento que cuando tu cuerpo está cerca… el cuerpo ya no está cerca, y si no está cerca, no soy libre. Para sentir la libertad, tengo que abrazarte, que me atrapes, y atraparte.

del ojo al labio,
del labio a la hoja,
de la hoja al sobre,
del sobre al fuego,
del fuego al calor,
del calor al invierno,
y así repentinamente: del olvido me olvido porque estoy muerto, con mis cinco sentidos añorando, arañándote, añorando.
17 de abril de 2012
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Matías Rótulo.