Por Matías Rótulo
Como en la mayoría de los asuntos que conciernen a la sociedad uruguaya, la llegada de McCartney generó más de una polémica. La división estuvo entre los que se enojaron por el aparato de marketing que llevó (con todo derecho) a quienes apenas reconocían en el artista su paso por The Beatles, y a los seguidores de principio a fin de la carrera de McCartney. El recital dejó un registro sonoro en el oído de los uruguayos, que se transmitirá con el archivo audiovisual, pero también desde la historia oral.
Alguien le va a contar a alguien menor de edad que vio a Paul en el Estadio Centenario. Los diarios, radios, televisión e Internet dejarán un registro futuro. Miles de celulares se encendieron y las luces parecían estrellas sobrevolando las tribunas y cancha del Estadio Centenario: había que grabar ese momento en la clandestinidad ya que la prohibición previa fue contundente: “Prohibido tomar imágenes”.
En tiempos en los que la imagen tiene tanto protagonismo que le gana a la imaginación, el recuerdo no es recuerdo si no está filmado.
Como la llegada de Louis Amstrong en los estudios de Radio Carve y Canal 10 hace varias décadas, o el paso de Einstein y su charla con Vaz Ferreira, inmortalizada hoy en un monumento en la Plaza de los 33 del centro de la ciudad, con ambos personajes sentados en un banco, también quedarán recuerdos sonoros en los oídos mortales de quienes estuvieron allí, pero historias que se repetirán transformándose cada vez que se cuenten.
La historia y los sentidos se retroalimentan, más cuando se trata de música. A partir de ahora, los oídos de aquellos privilegiados que escucharon a Paul en directo, solo con la intermediación del micrófono y el audio del recital, tendrán una historia para contar, diferente a la de aquellos que lo pudieron ver en el Estadio. Sin dudas, quienes estuvieron más adelante, pagando las entradas más caras relatarán desde su perspectiva sus propias impresiones. Otros, unos diez mil contarán que fueron testigos del recital desde la Intendencia, donde diez mil personas disfrutaron (así lo dicen algunos testigos de ese momento), de la última hora del recital en la pantalla del IMPO. Todos dirán ya clásico “yo estuve ahí”, con la impronta del “yo” individualista también impuesto en la actual posmodernidad.
En los tiempos actuales, el sentido de la vista parece ganarle la batalla a los demás sentidos. A un músico hay que escucharlo, aunque toda la estructura del show bien merecía la pena tener la vista preparada para deslumbrarse con la luz y el colorido del escenario.
Dos torres y la zona de control al medio de la cancha impidieron que muchos espectadores vieran con comodidad el espectáculo.
Para otros, como las miles de personas que rodearon el Estadio, si bien querían verlo, se conformaron con escucharlo cantar. A las afuera de la Tribuna Olímpica se conformó un espacio de concentración con un sonido que impecablemente se colaba desde adentro del Estadio. Las personas que allí esperaban tenían sillas playeras, o simplemente se quedaron en el cordón de la vereda escuchando y algunos hasta bailando.
Paul sigue entre nosotros a pesar de haberse ido. Su música sigue resonando. ¿Qué nos puede extrañar si ha perdurado medio siglo? Y seguirá sonando.
Publicado el 21/2012 en La República
Publicado el 21/2012 en La República
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Matías Rótulo.