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Mariposas en el Cementerio de La Teja (variación de un artículo periodístico)


Por Matías Rótulo

Las mariposas del Cementerio de La Teja son fúnebres. Vuelan sin la gracia del Prado, ni la frescura del Parque Rodó. En el Cementerio de La Teja, las mariposas vuelan de luto colorido. Es una cuestión de escenografía. Detrás de cada telón hay una tragedia, hay una comedia (porque la vida se convierte a veces en una o en otra, o más en una que en otra, según la circunstancia).

 El público recorre cada pequeña e inmóvil lápida y parece que el nombre a rendir homenaje no pasó del programa del teatro que lo presenta como hijo, padre, hermano, suegro, amigo, amante, novia, hija, suegra, nuera, amiga, hermana… Cada uno en este acto tiene un papel. Ya no hay nadie que responda. Los diálogos son monólogos centrados en el pasado que supone un final poco feliz. La muerte nunca puede ser infeliz sin embargo, porque quien vivió murió y quien murió vivió pero la ambición humana nos lleva a pecar queriendo más y más vida. Menos y menos muerte.
Hay una trastienda, con miles y millones de minúsculos carnívoros que destruyen la obra de Dios desnudando los huesos de su ropaje carnal.
¿Quién te habrá llevado a vos, mujer cuya piedra se firma con el nombre de una flor? ¿Fue tu esposo enamorado de otra mujer? ¿Fue que no te descubrieron a tiempo lo que no se veía que te mataba? ¿Quién fue el último hombre o mujer que te deseó un buen día, ese mismo día en el que tus oídos se taparon de golpe y los ojos se cerraron de un blancor oscuro y pálido? ¿De qué pecado no pudiste librarte? ¿Cuál es tu confesión pendiente?
El niño herido representado en la estatua aquella, tiene sus alas carcomidas por arañas que hicieron casa en cada pliego de granito helado, quemado por el sol de ese 8 de enero de 1979, seis años, dos meses, cinco días, dos horas, tres minutos después del más vivo de los llantos… los llantos de nacimiento anuncian la más brutal de las verdades vedadas: al nacer debemos morir algún día. ¿Qué fue lo que no te permitió vivir más de aquellos pocos años? ¿La prevención del dolor futuro? ¿Una herencia desconocida?
La razón por la cual el florero del número 178 b está vacío, es porque a nadie se le ocurrió recordar más allá de aquel velorio eterno, silencioso y murmulleante, al hombre de nombre de apóstol y apellido de francés. 17 de enero de 1900 – 17 de octubre de 1976. Quiero Encontrarte Princesa Desnuda. Cruz.
Las abejas del Cementerio de la Teja son temidas ya no por la picadura, sino por la miel que engorda nuestra amargura, la amargura que deseamos tener mientras vivamos recordando.
Las palomas del Cementerio de la Teja son las únicas que se pueden librar de las abejas y mariposas. Porque las palomas se rodean de aquellos viejos con una lápida esperándolos, con fecha de nacimiento cierta, con la otra fecha incierta.

Y yo te besé una vez en el Cementerio de la Teja.  Fue un beso teatral. Y no nos miraba nadie, pero sentí que me susurraban mil besos del pasado dados alguna vez por quién sabe… Besos que fueron testimonios de la vida. Tus besos en el Cementerio de la Teja son fríos, cosquilleantes… pasaba una paloma, miramos una mariposa, le escapamos a una abeja, silenciamos una lápida con nuestros ojos abiertos y firmes en el nombre de aquella mujer, o adolescente o niña y  me besaste y tu beso fue frío, cosquilleante, piel viva con piel viva, la carne latente se aplastó con la carne latente y la saliva se fabricó a pasos enloquecidos para alimentar el sabor de la victoria. La sangre se calentó, el pecho se infló contra tus pechos futura caricia de vida… pero en ese momento sentí tu perfume. Entonces supe que estaba vivo.

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