ESA CAJA BOBA QUE NOS
TRATA COMO IDIOTAS
Hunde el pancito en la salsa, y el tenedor se eleva con la gracia de un
cohete espacial en órbita que viaja del plato a la boca. El labio inferior se
divorcia del superior, dejando pista libre para que el metálico dientón
aterrice en la lengua humedecida de Sergio. El exquisito manjar se mezcla con
las gotitas de vino blanco que accionan una serie de recuerdos en la memoria gastronómica
del conductor. Se percibe una mueca de alegría simple en la comisura de los
labios, alegría que limpia con una inmaculada servilleta de tela suave y
algodonada, blanca y perfumada de almidón.
Por Matías Rótulo (Publicado en Voces 439)
Todo pasa mientras alguno de los invitados explica su
posición sobre la baja de la edad de imputabilidad, o sobre la obra de teatro
que está representando. ¿Qué es lo raro? Que alguien hable en televisión
mientras almuerza no es nada nuevo. ¿Que exista un programa que permita que
durante una hora y media estén en la pantalla las mismas personas sin
obligarlas a hacer ninguna payasada ante la gran audiencia? Lo raro, lo
diferente, es que esos invitados tengan la oportunidad de hablar sin risas
forzadas de fondo ni peleas. El menú de temas lo pone en la mesa Puglia:
educación, cultura, sociedad, religión, medios de comunicación, y una buena
dosis de pasada por el lomo al conductor del programa y su extensa carrera.
Bueno, ¡Encima que los invita a comer!
Hace algunos años escribí en esta misma columna una crítica
poco apetitosa sobre uno de los programas de Sergio (si es que me permite
llamarlo así, por su nombre). Hoy no reafirmo nada de lo dicho por entonces. Al
contrario, reivindico a “Puglia Invita” y su utópico pero –a las pruebas me
remito-, realizable sueño de que la televisión alguna vez se acuerde más del
teatro, y los actores, de los artistas y los bien pensantes. En “Puglia Invita”
el televidente no descubrirá ninguna revelación filosófica profunda, no
solucionará ningún problema personal, y mucho menos lo hablado le servirá a un
estudiante como fuente para un examen de ninguna materia universitaria.
Pero “Puglia Invita”
es un verdadero milagro de la cocina mundial. Sobrevive en el inmenso horno de
vanidades que es la televisión uruguaya, en la cual se cocinan a fuego lento
las más simples y perdurables ideas. Esas ideas se llevan adelante con recetas
repetidas, de ingredientes fáciles de cocinar, pensando siempre en comensales
más hambrientos que exigentes. Sergio Puglia es la sopa de la televisión,
aquello que dicen que nadie quiere, pero que en definitiva, cuando la probamos
queremos terminarnos el tazón.
“Puglia Invita” es un
fenómeno a estudiar, ya que en tiempos en los cuales es más fácil conectarse
con alguien por Internet en eso que ahora llaman “establecer una red social” a
miles de kilómetros de distancia (aunque a veces esté a dos cuadras, pero es
más fácil chatear que olerle el aliento al otro), Sergio sienta en su mesa a
cuatro personas, con cuatro cámaras de televisión encima, a masticar mientras hablan y comen.
Es la versión oriental y menos derechista de Almorzando con Mirtha Legrand, y menos
graciosa que Almorzando con Chichita.
No es un programa que indigeste. Tampoco tiene la receta secreta del manjar
televisivo. Sergio pretende llenarnos la panza o el alma ignorante de nosotros
hambrientos. No es divertido como comer un helado de tres gustos, pero alimenta
en algo a la desnutrida pantalla oriental.
Algún día espero que Sergio me invite a almorzar. Prometo no
comer postre.
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Matías Rótulo.