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Crónica de lo desnudo que estoy



Una amiga se llevó sin querer, tras una visita a mi casa, el libro que con tanto entusiasmo leo: La guerra del fin del mundo. Me siento desnudo.


Por Matías Rótulo 
La tercera parte del libro, el momento en el cual el Ejército se dispone a ir a Canudos para desafiar al Consejero, me dejó con los ojos abiertos, y el corazón palpitante. Mi amiga se llevó mi libro.
La vergüenza de estar desnudo sin querer estarlo, me genera una fatiga que me envuelve de miradas cómplices entre ellas, pero poco cordiales conmigo y mi desnudez. Nunca estuve desnudo sin querer estarlo, pero mi amiga se llevó mi libro.
Las formas de los cuerpos que me miran, son los fantasmas que recorren las páginas que ahora están muertas para mí. Ese libro ha fallecido, con la posibilidad, -claro está-, de volver a revivirlo ni bien mi amiga se digne a devolvérmelo. Se llevó mi libro, y por eso le di vida a Salvo el crepúsculo de Julio Cortázar. Lo tomé de mi biblioteca en agosto, pero mi obsesión veraniega hizo que me pusiera a recorrer y reconocer y lamer toda la biblioteca de Vargas Llosa. Me volví un paria, un desconocido de mis amigos Borges, Dostoievski, Tolstoi y Cortázar, que se sintió abandonado por mí, injustamente, por lecturas políticas, con trostkistas perdedores y asesinos derechistas.
Si leo a Sade, y lo dejo a Sade, le gustará el dolor de ser abandonado, pues desnudo estará. 
¿Se sentirán desnudos los libros cuando uno los abandona? ¿Qué pasará por la piel de La guerra del fin del mundo ahora que no tiene mis manos para que lo abra? Ya no hay paseos en trayectos de humo y saltos en los ómnibus empapados de la grasa matutina. 
Quiero pensar que las manos de mi amiga le hacen cariñitos, que sus ojos se encuentran con los ojos del Consejero o Galileo Gall antes de terminar mal. Que mi amiga se viste con la capa del enviado de Dios. 
Supongo que mi amiga lo lleva en la cartera. Él no está acostumbrado a las carteras de las mujeres, pues mis ásperas manos lo agitan en la incertidumbre de un no sé a dónde va a termirar a parar en los momentos en los que me olvido de leerlo, porque tengo otras cosas que hacer, otras manos que tomar, otros sueños que soñar.
Puede ser herido por un labial, sus hojas pueden llegar a estornudar por una alergia de perfume dulce. Ojo, que el cepillo de pelo no despeine sus hojas. La cartera de mi amiga es una cartera de mujer, con libros cerrados, porque ella también es lectora de libros que le visten su hermosa esencia. 
Ahora, mi sensación de desnudez no es mía. Es la que yo creo que mi libro puede llegar a sentir al no estar a mi lado. Soy como un padre para él. Porque a fin de cuentas ¿Quién es Mario Vargas Llosa para él? Mario es el padre abandónico. Cada uno de los libros impresos, deberían ser leídos por sus autores para no sentirse desamparados. Pero las Divinas Comedias no pueden ser leídas por Dante. Son huérfanos, con padre conocido, hermanos heridos, madres asesinadas. 
¿Quién es ese periodista debilucho de La Guerra del fin del mundo? Una creación de Vargas Llosa destinada a ser olvidado por él, cuando Vargas Llosa se ponga a cranear al Chivo, o cuando esté de viaje por Irak.
¿Te sentís solito mi amorcito? Te extraño pequeño pálido y pecoso de 600 páginas de las cuales 200 recién he amado.
Quiero mi libro de nuevo. Vestido de miradas de ella. Porque esto se ha convertido en un trío. Donde dos que se aman, pueden amar a un tercero. La orgía está abierta. Quiero que lo leas y que me cuentes lo que dice, que es más rico el beso de la palabra, que el de cuatro labios que se encuentran. 
Libro: te extraño, pero no dudaré en prenderte fuego en la hoguera de las bibliotecas si decides quedarte con ella. Eres mío. 
















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