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La angustia del periodista




¿Cuál es el momento exacto de placer para un periodista en el ejercicio de su profesión? Me refiero al momento del goce máximo durante su tarea ¿Será el saber que uno tiene en sus manos  la primicia que una vez divulgada será la noticia del día?

Por Matías Rótulo 
La primicia, la nota publicada, el momento de escribirla, el comentario del lector, el “levante” en otros medios, todos esos son algunos momentos de pequeño placer personal. Es el placer del “poder” que uno genera en el otro: el poder de decir algo y ser escuchados o leídos. El otro, al decirnos que nos leyó, al leer nuestra nota en su programa de radio o hasta cuando nos critica ejerce también su poder ante nosotros porque valida lo que hicimos. Quien tiene poder le da el lugar al otro para decir lo que piensa, lo que siente. Quien tiene poder también se reserva el derecho de darle al otro la palabra. Todo pasa por cómo se usa ese poder. Pasa en una clase, donde el profesor les da la palabra a sus estudiantes o los novelistas que dan voz a los desplazados. El periodista tiene ese poder de darle la voz a los sumergidos ¿Lo aprovechamos? ¿O siempre nos quedamos con la opinión de los que tienen el poder sobre la situación de los sumergidos?
El poder es el poder de la información, no el de la Verdad. Pensarnos con la Verdad en nuestras manos, le quitaría el lugar al debate, o peor aún a la ciencia de la comunicación.
Momentos de placer
Una vez, hace algunos años, yendo en un ómnibus un pasajero leía Voces. Me entusiasmaba la idea de que llegara a mi página y poder ver en silencio su reacción. Me bajé antes. Me quedé con la duda. Me imaginé que habría empezado a leerla y de bronca cerró el semanario, lo tiró al piso, en el medio del ómnibus saltó sobre él varias veces. Las otras personas lo rodearon y empezaron a escupir el papel, a romperlo con los dientes… Seguramente no pasó nada de eso.
La primera nota que salió publicada con mi firma (la firma también nos da poder y nos eleva el ego) en este Semanario, por entonces Voces del Frente, fue con motivo de la Noche de la Nostalgia del año 2005. Un grupo de jóvenes con ganas de jugar a los periodistas hicimos un informe sobre la noche de la anti-nostalgia. Nuestra teoría era que se trataba de un simple acontecimiento comercial, y que no todo pasado fue mejor, ya que basta con revisar los últimos cien años de nuestra historia mundial para descubrir lo miserables que fuimos y somos. Éramos una decena de escritores y una fotógrafa. Nos llevó toda una semana hacer una de las peores notas que se imprimió en estas páginas y tal vez en toda la historia del periodismo nacional.
El momento de placer fue pensarla, también escribirla, realizarla, y verla impresa. Leerla, encontrar los errores, y volver a leerla hoy a la distancia. Mi editor aceptó la nota y dijo que saldría publicada recuerdo mi emoción y la de todos. Pero no puedo asegurar cuál fue el momento de placer máximo con aquella nota, ni con ninguna otra.
El periodista siempre está pensando en el futuro: en la nota que escribirá, en la fuente que consultará, en la primicia que necesita, en la foto que acompañará la nota, en cómo el editor y corrector y armador y jefe de redacción tratarán su trabajo, en cómo saldrá publicada, y en qué efectos tendrá. Una vez entregado el texto, el periodista se propone a pensar en el día de mañana, en qué hará, a dónde irá, y peor aún, surge esa angustia de no saber si tendrá algo novedoso para entregarle a su editor el día siguiente.
Mientras piensa en el mañana, nunca se olvida de lo que acaba de entregarle a su editor y le comentará a alguien “che, sacaré una nota sobre tal tema”. Si al otro día el artículo tuvo mucha relevancia se sentirá orgulloso, si fue criticado también se sentirá feliz porque hay un dicho que nos enseña que “no importa si hablan bien o mal, sino que hablen”. Si de mañana no lo ve publicado se sentirá frustrado. Si hablan mal del artículo (y por extensión del periodista), estará agobiado, se defenderá a muerte y casi nunca (yo conozco pocos colegas que lo hacen), asumirá el error. Nos costará escribir la fe de erratas, tanto como criticar a nuestras madres.
Periodistas
Hay periodistas militantes de sí mismos, de partidos políticos, de lo social y del espejo. Los primeros son aquellos que escriben desde el autobombo: “yo dije anteriormente que…”, “tal como este diario anunció…”, “así como lo habíamos anticipado…”. Los periodistas militantes de los partidos políticos no esconden su filiación. Con estos periodistas no me meteré porque son sanguinarios e implacables como los políticos mismos.
Los del tercer grupo son los que militan socialmente desde el periodismo. Estos quieren un cambio social y se preocupan porque sus notas generen algo en la gente. Muchos de estos también hacen política a su manera, y también pertenecen al grupo de los del autobombo. Los últimos son los que se preocupan por la sociedad y no quieren un cambio, sino que se limitan a mostrarnos todo lo que hay, y sólo muestran lo que ven, aunque al mostrarlo eligen, y solapadamente opinan, y saben que generan cosas en la sociedad pero se lavan las manos cuando el efecto es negativo. En este último caso hay quienes cuidan ciertos contenidos y quienes piensan que todo lo que hay se debe publicar afecte a quien afecte. Los del grupo del espejo son los que imitan: imitan los discursos políticos (pero no son los periodistas militantes políticos), imitan el discurso de su jefe, por ejemplo “yo tengo que vender diarios”, imitan a otros periodistas (el uso de infinitivos como recordatorios hogareños entre los periodistas deportivos extendidos a muchos periodistas de radio y televisión es un ejemplo: “recordar que...”).
Después se podría abrir un nuevo grupo: los que estudiaron, estudian y no estudiaron ni estudiarán. Los que critican a cada uno de estos. Los que se mantienen al margen del debate.
Hay periodistas que no critican nada ni a nadie y mucho menos a sus colegas. Hay periodistas que critican por criticar. Están los que critican a quien es crítico y hay periodistas que critican al que no critica. Hay quienes condenan aquello de hacer “periodismo de periodistas”, como si estuviera mal pensarse a uno y al otro en el ejercicio profesional.  
Hay periodistas artistas (por ejemplo, los periodistas deportivos de la televisión que hacen sus crónicas en verso). Hay periodistas vendedores de avisos. Hay periodistas militantes sindicales. Hay  vendedores de avisos que se hacen pasar por periodistas. Hay periodistas que cumplen con su trabajo y nada más. Hay artistas devenidos en periodistas. Hay periodistas corruptos. Todos podemos ser periodistas. Todos podemos ser vendedores, militantes, sindicalistas, corruptos.
Somos muchos, hay cada vez más pero menos lugares para trabajar. Somos los periodistas, aquellos seres privilegiados de la sociedad porque en cada acontecimiento familiar surge la clásica pregunta: “che, vos que sos periodista, "¿Qué opinás de Mujica?” o “¿Qué sabés de lo del gobierno nuevo?”: “lo que sé, lo sé de la prensa, de otros periodistas”, contesto generando desconfianza y desilusión.
Estamos cerca del poder (de los medios, de las instituciones, de los políticos), pero cada vez más lejos de la gente, salvo cuando en alguna redacción se escucha: “yo escribo lo que la gente anda hablando en los bares” (cuando esos periodistas no salen más que de su casa al diario), o “yo escribo lo que la gente quiere leer” como si tuviéramos un termómetro social en el bolsillo.
Somos los periodistas que siempre nos cuestionamos todo. Aquellos que cobramos poco. Esos mismos que generamos algo en el otro, lo queramos o no. ¿Cuál es entonces el momento de placer de un periodista siendo que somos tan complicados?  
No pensar en el futuro contextualizando el presente y haciendo un recorrido crítico desde el pasado haría que ser periodista fuera igual a ser la chusma de las ferias. Esta nota, mientras es escrita me genera el placer de poder cuestionarme a mí mismo todo lo anterior. Ahora que la termino comienza mi nueva angustia, la de tener algo para escribir para llenar el diario de mañana.



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