Por Matías Rótulo
La literatura confiesa historias
íntimas, o mejor dicho, nosotros hacemos parte de nuestra intimidad las
historias confesadas. Denise Diderot en La
Religiosa sacudió el siglo XVIII (la primera publicación fue en 1796) con
las relaciones sexuales entre monjas dentro de un convento. Flaubert en Madame Bovary a mediados de 1850 relata
las experiencias íntima de una mujer (un personaje ficcional) reprimida por la
sociedad. Hay decenas de ejemplos más, de textos confesionales y autobiografías
como la de Melissa P y de otra literatura, cine, teatro y demás.
El personaje de Cien cepilladas… revelaba su historia
sexual de descubrimiento pero también de sufrimiento. El mundo depositó en la
joven escritora una posible realidad escrita en el texto. Como era una
adolescente de 16 años cuando lo escribió el morbo era doble. La lectura del
libro era obligatoria para conocer las perversiones de una adolescente
italiana. Eso le sirvió al producto que se vendió a granel (inclusive en
Uruguay).
Desde un tiempo a esta parte el
fenómeno de la literatura autobiográfica (que no es como el libro de Melissa
P.), individualista in extremis, tiene que tener líneas de confesión sexual, de
la primera vez, de la homosexualidad, de las “perversiones” y las experiencias.
Es el sexo un imán no erótico sino comercial.
La literatura ha cumplido un
papel difusor de historias privadas donde la confusión entre personajes y
personas (a pesar de estarse frente a una autobiografía) es absoluta y motivo
de debate en academias de letras. Cada vez más las biografías y autobiografías
ocupan los lugares más privilegiados de las librerías. ¿Será porque nos gusta
saber de la vida del otro para sentirnos libres de nuestras culpas? ¿Qué nos
gusta saber del otro?
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Lo que pasa en la literatura pasa
en la vida, porque la literatura la refleja. Los miles y miles de libros
vendidos de Melissa P. describe un interés colectivo: nos interesa el sexo, no
solo como momento íntimo, sino como una cuestión íntima del otro. El otro que
habla, genera un alejamiento. Podemos ser empáticos con el sufrimiento de Jesús
en la cruz, ponernos su camiseta agujereada en la panza, pero no somos Jesús en
la cruz
En estos días Uruguay fue
sacudido por un hecho privado, que al final fue un hecho público. Un video
donde dos personas mantenían relaciones sexuales. Un video auto filmado. Una de
ellas es famosa. Un testimonio perdurable en la memoria colectiva que
lentamente se va a convertir en un mito eterno.
La confesión, particularmente la
confesión sexual nos interesa porque habla de todos nosotros, aunque neguemos
algunas posiciones sexuales y deseos.
El video es la superación de la
novela. Ya no hay un personaje que deja la duda si es o no el autor, sino que
hay ahora carne y carne en contacto, intimidad vulnerada por alguien que sube
un video como testimonio de ese otro en la intimidad.
Leer un libro que cuente una
historia que se presenta como “real”, y cuyo centro es lo sexual, nos aleja a
nosotros de aquello que se cuenta, porque en primer lugar lo cuestionaremos, en
segundo lugar lo disfrutaremos. Ver un video subido por otro, donde hay otros
dos manteniendo relaciones sexuales nos espanta por el hecho de la filmación en
primer lugar, y de que la persona es famosa en segundo. No se cuestiona el
poder de indecisión que tuvieron los filmados frente a alguien que vulneró el
derecho de intimidad de esas personas, y menos aún se cuestiona la difusión
indirecta del video que estaba en un sitio libre a ser visitado por cualquier
persona (inclusive menores de 18 años).
Alguien debería escribir la
autobiografía social de la hipocresía. El sexo nos domina y nos interesa,
aunque cuanto más ajeno mejor. Leemos esas autobiografías sexuales, o esas
ficciones confesionales espantados de lo que pasa en el mundo. Vemos esos
videos arañando una opinión condenatoria, pero lo vemos, lo disfrutamos, y
antes de dormir nos cepillamos cien veces.
Publicado en Voces el 28 de enero de 2013.
Publicado en Voces el 28 de enero de 2013.
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Matías Rótulo.