Por Matías Rótulo (publicado el 26/6/12 en Voces)
El canto VII del
Martín Fierro cuenta una historia
donde “el otro” se enfrenta a “el otro”. El primer “otro” es el gaucho, el
segundo “otro” es “El negro”, y hay una tercera “otra”, la mujer de “El Negro”.
Fue en un baile de campaña donde ocurrió la pelea.
De “decir” se trata la cosa. El gaucho fue desplazado, utilizado
para las guerras (1), desplazado nuevamente (en el proceso de civilización)
aunque integrado a la sociedad “culta”, canonizado, idealizado (hasta hoy). El
gaucho dijo en la poesía gauchesca lo que el ciudadano culto quiso que dijera y
cómo él quiso hacerlo decir (2). Lo hicieron decir. Uno de esos casos es
“Martín Fierro” de José Hernández. Hernández, quien no gustaba de la música (3)
realizó un poema (musicalmente perfecto) sobre un gaucho al cual le dio voz
para cantar, una guitarra para acompañar, y una historia para sufrir.
Darle voz a
alguien, es permitirle hablar, y “permite” quien tiene poder para permitirlo. Es
establecer una relación de poder, según Josefina Ludmer, entre dos (o más).
En el canto
séptimo de la primera parte, ese gaucho al cuál se le permite hablar
intentándose imitar su forma de decir, el gaucho Martín Fierro, se va a un
baile de campaña, y allí se encuentra con una “morena” o “negra” y con la
pareja de esta: El Negro.
La primera
reacción, el primer “decir” de Martín Fierro es pronunciar: “vaca… yendo gente al baile”. Martín
Fierro habla en primera persona. Abre el diálogo con sus interlocutores, pero
también con el lector, a quién se dirige desde el inicio de la obra. El
personaje tiene una voz autorizada por un tercero. Es la autorización que le
otorga Hernández. Él tiene ahora el poder de la palabra, de incluir o quitar de
su narración lo que quiera, inclusive el insulto de “vaca” a una mujer. El
gaucho es en la ficción quien dice y quien dirige el insulto. Hoy llamaríamos ese
decir como un decir “discriminatorio”.
Después, arremete
–el gaucho Fierro-, contra “la morena” y más tarde contra “el negro”. Luego se
pelea con él y lo mata.
El discriminado
pasa a ser discriminador. El gaucho desplazado es quien discrimina. Después hay
un dejo de arrepentimiento ya que “…supe
que al finao/ ni siquiera lo velaron, / y retobao en un cuero, / sin rezarle lo
enterraron. // Y dicen que dende entonces, cuando es la noche serena suele
verse una luz mala como de alma que anda en pena.” Tanto es el
arrepentimiento que Martín Fierro pensó en ir y desparramar en el camposanto
los huesos del hombre que mató.
Discriminación
La literatura se adelanta a los hechos que hoy vemos
como novedad, o extrañeza en las noticias diarias. Una futura rectora
universitaria del Opus Dei (después no llegó a ser rectora porque de decir se
trata la cosa, y dijo más de lo que debía), habló de “anomalías” al referirse a
los homosexualidad. Si ella justificó su “decir” considerando que la
homosexualidad es una “anomalía”, nótese que Martín Fierro dijo sobre los
negros: “A los blancos hizo Dios, / a los
mulatos San Pedro, / a los negros hizo el diablo/ para tizón del infierno”
(canto VII).
Cuando la futura rectora pidió disculpas, dijo
(siempre de decir se trata la cosa) que ella tenía un amigo gay. Decir que
alguien tiene un amigo gay, es declarar algo así como “yo, que soy un ser
superior, acepto tener un amigo gay” o negro, o gaucho, o discapacitado, o
extranjero.
La
discriminación en el decir y en el hacer persiste a pesar de que a los gauchos
se los hace hablar poco en la literatura actual. Sin embargo hay quienes hablan
desde la comodidad de una oficina y no desde el sufrido campo del sur.
Después de lo de
la rectora (frustrada rectora), tres muchachos montevideanos fueron a Salto, en
un baile los atacaron con cadenas. Una de las razones fue su porte de identidad
geográfica capitalina. Hernández le dio voz al gaucho narrador, al negro y la morena
para hablarnos de algo que no podemos superar todavía: la discriminación. El
negro, el gaucho y quien da voz ocupan un lugar actual en nuestra sociedad. Hay
quienes hablan, hay quienes dan voz, quienes discriminan, quienes no permiten
hablar, quienes son atacados en bailes, quienes matan también, y no son Martín
Fierro.
(RECUADRO)
Martín Fierro,
canto VII, “La Ida” (fragmento)
Al ver llegar la morena,
que no hacía caso de naides,
le dije con la mamúa:
-Va...ca...yendo gente al baile.-
La negra entendió la cosa
y no tardó en contestarme,
mirándome como a un perro:
-Mas vaca será su madre._
Y dentró al baile muy tiesa
con más cola que una zorra,
haciendo blanquiar los dientes
lo mesmo que mazamorra.
-!Negra linda!-... dije yo.
-Me gusta... pa la carona-;
y me puse a champurriar
esta coplita fregona:
-A los blancos hizo Dios,
a los mulatos San Pedro,
a los negros hizo el diablo
para tizón del infierno.-
Había estao juntando rabia
el moreno dende ajuera;
en lo escuro le brillaban
los ojos como linterna.
Lo conocí retobao,
me acerqué y le dije presto:
-Po...r...rudo que un hombre sea
nunca se enoja por esto.
Notas
1.
Ludmer, Josefina. El género gauchesco. Un tratado sobre la
patria. Perfil: Buenos Aires, 200. Impreso.
2. Tanto Ludmer, como Ángel Rama en Transculturación
Narrativa en América Latina, y en Los
Gauchipolíticos rioplatenses (y otros autores) desarrollan más esta idea.
3.
Martínez Estrada, Ezequiel. Muerte y transfiguración de Martín Fierro. Beatriz
Viterbo (ed.): Rosario (Arg.), 2007. Impreso.
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Matías Rótulo.