Las lecturas no pasan solamente por los libros abiertos. Nuestros monumentos hablan de nosotros, de nuestra historia y hasta de los seres queridos (en los cementerios hay obras de arte de gran valor artístico, histórico y económico). En el Prado hay un memorial que también nos cuenta una historia: la de los charrúas. ¿Cómo se lee ese monumento?
Por
Matías Rótulo (publicado en Voces el 14/03/12)
Furest
Muñoz, Edmundo Pratti y Enrique Lussich pensaron en una obra
artística que reprodujera la esencia misma de la vida de una raza que al decir
de Juan Zorrilla de San Martín en su Tabaré
años después, parecía imposible en la idea de Dios. Lo imposible estaba en la
mixtura de sangre española e indígena de aquel charrúa de la literatura del
gran poeta oriental.
Ese pensamiento
decimonónico persiste en la obra de algunos políticos e historiadores actuales,
y de varios uruguayos que miran para un costado. Se prefiere no hablar
demasiado de la acción de quienes mataron a los Charrúas, porque eso implica
ciertos lineamientos políticos, en particular los de un partido: el Partido
Colorado. Lo que es preocupante, siendo este un Estado de derecho que además
suscribe (obviamente mucho después del genocidio charrúa) a los Derechos
Humanos, que por momentos se justifique el asesinato y el exterminio.
¿Cuántas veces hemos
escuchado cosas tales como “menos mal que no hay Charrúas porque seríamos como
Bolivia o Paraguay”? Claro está, que cuando tenemos que hacer alarde en el
fútbol de un pasado de garra de un pueblo que nunca jugó al fútbol, lo exponemos
orgullosos, confiados en que tenemos en la sangre aquello que preferimos no
tener en nuestra vena social.
A un siglo de la
matanza de Salsipuedes se inauguró la obra en el Prado de Montevideo, en 1938.
La mirada aguileña de Tacuabé, los rasgos firmes de Senaqué, el amor de madre
de Guyunusa que mira al niño que arropa, y la atención guardiana de Vaimaca los
tiene al natural, sentados a casi todos en el piso rodeando un fogón.
De noche, el oscuro y
frío material con el que está construido el memorial parece solitario en
invierno, pero se rodea de gente en el verano cuando se aprovecha el verdor y
el poco aire que corre mientras se intenta espantar a los mosquitos.
De madrugada, las
parejas se aman a escondidas mientras los Charrúas permanecen estáticos en la
historia. Cuando amanece, las primeas luces del día hacen brillar el bronce. A
hierro murieron, a bronce se los homenajea. El arte venido de Europa, los
avances técnicos, la modernización fatal para ellos, es lo mantiene estáticos,
ahí, en el pituco Prado y bien lejos del
verde de libertad que los amparaba. Lejos en la historia que los vio recorrer
el campo.
Escenario
El memorial muestra no
nuestra historia, sino la de toda la humanidad. Armenios, judíos, católicos,
incas, comunidades amazónicas, africanas, asiáticas, guaraníes, comunistas,
republicanos, homosexuales, negros entre otros, supieron (y saben) cómo la
humanidad a veces puede ser muy poco humana. Desde lo cultural, el memorial a
la Comunidad Charrúa celebra el pasado de un pueblo que a pesar de lo dicho en
algunos folletines superficiales y tendenciosos, tuvo una gran riqueza
cultural.
Pero más que nada, el
monumento que los homenajea y los recuerda es una atracción turística, un
escenario de fotos y un lugar de juegos. ¿Está mal? No lo sé. En Buenos Aires,
en plena avenida 9 de Julio se ubicó hace poco un banco con Olmedo y Portales
interpretando a los inmortales Borges y
Álvarez y donde ya es famosa la fotografía de visitantes sentados en el
sillón conversando como uno más en No
toca botón con ellos. Lo mismo ocurre con los charrúas. El domingo, dos
mujeres se pusieron en el medio de los indígenas para sacarse una foto
sonriendo. La foto salió mal y la repitieron con una sonrisa mayor que la
primera, pero ahora abrazadas levantando una botella de cerveza. La foto irá a
parar a las redes sociales. ¿Cuál era el motivo del festejo? ¿Son tan graciosos
los charrúas como los personajes de la tele?
Todas las mañanas se
puede apreciar a los observadores que de arriba de los ómnibus de turismo se
detienen algunos minutos frente al monumento. Me pregunto: ¿Qué le dirán los
guías a esos extranjeros que no paran de fotografiar el memorial con cara de
alegría?
El homenaje a un pueblo
sufrido, asesinado y casi no reconocido desde su actual lucha (la Comunidad
Charrúa trabaja intensamente para reivindicar la cultura y para que sus
antepasados no sean solo un slogan), no es leído por el público como lo que es.
Los charrúas del memorial no son Olmedo y Portales, ni son tampoco las imágenes
gigantes de tangueros con la cabeza agujereada en la Boca en Buenos Aires,
donde los paseantes por el barrio porteño ponen su cabeza y se toman una foto.
¿Habrá que encerrar con
rejas a los Charrúas del Prado para que el monumento no sea ensuciado como le
sucede frecuentemente con escritos de fútbol o nombres de enamorados? Los
Charrúas ya fueron encerrados en vida y expuestos como animales. En París un
museo los recuerda como “los últimos sobrevivientes”. ¿No fue allá donde los
llevaron para exponerlos en vida? Luego los asesinaron como si fueran peligrosos
testigos del dominio europeo, y su historia tuvo una literatura amplia y
construida a veces, sin mucho rigor.
Porque en realidad leemos
nuestra historia como nos parece. Hoy hay que leer el monumento de los charrúas
como un espacio de reivindicación de la imagen propia, individualista y sin
revisionismo. Porque tenemos que sacarnos la foto a toda costa para subirla a
Internet. Antes lo hacíamos con un artista vivo, hoy vale lo mismo que sea con
personas asesinadas. ¿Se sacaría usted una foto en un campo de concentración
alemán sonriendo, entrando a una cámara de gas? ¿Se abrazaría usted a la
estatua del niño Dionisio Días mientras carga a su hermanito? ¿Se pararía al
lado de Jesús en la cruz mientras usted hace una mueca chistosa?
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por su comentario.
Matías Rótulo.