L os hombres tristes se desesperan, eyaculan y lloran. Apenados, tocan su rostro en el espejo, murmuran un gol de media cancha y se festejan a ellos mismos como los autores de la hazaña. Afrontar la tristeza es como ser un burócrata porque de hecho los burócratas son los hombres tristes, esos que miran el expediente con el amor paternal hacía un hijo por ver crecer. Besan el café con embriago de tortura matinal. Le pegan al monitor de la computadora como si un golpe acomodara esa imagen que se saltea los cánones del buen gusto de la imagen de un archivo de texto saturado de datos y cuentas. Torturado de signos, y epacios. Un hombre triste es el que muere sin saber por qué nació. Saber por qué uno se muere, o morir sabiéndose un futuro muerto, es una bendición. Un hombre triste es no haber leído nunca a Borges. Un hombre triste eyacula y se limpia la boca. Come y se sacude el pene. Defeca y se aplasta un grano en la cara. Un hombre triste es el uruguayo medio: siempre