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El día que Delmira Agustini perdió un destino y ganó otro

La palabra asesina. Asesina al silencio. La muerte da vida. Hace vivir a otros seres en una interminable cadena, un tejido que le da sentido a las cosas en un mundo donde el sentido es dado por la palabra que expresa el pensamiento.  La palabra le da vida al sentido, en un interminable tejido de letras, y palabras, y oraciones que describen a la muerte, a la vida y sus cadenas.  La palabra está tan destinada a la existencia humana como lo está la muerte.  Entendemos la muerte por la existencia de la palabra. La muerte estuvo antes que la palabra, pero la idea de muerte existió después de la palabra que le dio nombre.  Hace cien años, la palabra "muerte" dejó de tener sentido para Delmira Agustini.  Destinada a morir (como todos los hombres y mujeres), destinada a la palabra (como todos los hombres y mujeres, más sea a la palabra no dicha, pero sí al sentido mínimo de comunicación con otros humanos), en ese segundo que la bala le penetró la piel hasta de

Primero el gol, después el dolor

Vaz Ferreira escribió Moral para intelectuales  una obra filosófica pero también una declaración de principios. Hoy, ya no hay ni moralidad ni intelectuales. Todo ha cambiado desde Vaz Ferreira y eso se vio el día que hubo un muerto en Salto.  Por Matías Rótulo Un típico inmoral telectual uruguayo es el hincha de fútbol. Su pasión va más allá de cualquier intento lógico por analizar algo lógicamente. Ojo, el inmoral telectual futbolero a veces es contradictorio. Intenta, mediante estadísticas científicas, descubrir si tal o cual equipo ganará el partido del domingo. Entonces, evalúa las estadísticas desde el año 1865 a la fecha. Después se llena la boca hablando de la pasión, la sin razón del sentimiento. Cuando alguien intenta analizar dicha pasión, es tratado como loco, como enfermo, como alguien falto de corazón.  Pero no es sobre la falsa ciencia utilizada para la falsa pasión que termina siendo un negocio real de lo que hablo. Me refiero a la no concientiz

Salteos

Si saltaran a la calle, desnudas a la calle, las maniquíes en la calle. Si saltaran de los edificios las cornisas. Si saltaran de alegría los suicidas. Si soltaran palomas los gatos Si saltaran a mi cama esas dos chicas, yo me quedo aquí quietito, mirando el cielo… rancio. Si saltara del clavo el portarretrato de ese tipo que cuelga en la foto pero no conozco, pero extraño. Si salta en mi memoria que esa foto es mi cara, pero extraño. Si mi padre tuviera mi rostro, el muerto sería otro. Si saltara mi padre del barco, el muerto hubiera sido antes. Si saltaran Los Beatles de uka chaka Si saltaran del podio las amas de casa Si asaltara mi mente tu cerrajero Si saltaran del bus los egoístas Si se quedara sentada la más joven de las abuelas Si hubo salto en Salto, naranjales y limoneros. Yo me quedaría aquí escribiendo… Si salta cuando habla, Si te salta algo en la memoria Si saltaste al recordarla, Si ella salta cuando baila

Mi corazón Kamikaze

Soledad me contó una historia de amor de su otro yo, y yo lo trasladé en un cuento sin sentido, más que el de la confesión de la espera. Hay una ciudad que se esfuerza por ser pequeña. Los autos nadan entre la espesa humareda palpitante de un corazón ahuyentado.  Es mi corazón expulsado.  Mi corazón Kamikaze que se vuelca a decirle por fin al oído lo que no sé si quiere escuchar. Porque a veces es mejor no escuchar para no saber. Porque saber nos permite tomar decisiones. Una decisión puede ser la de un beso, la de escaparnos juntos, dejar todo… como si fuera tan fácil. Mis piernas temblorosas me recuerdan que vuelo. Las rodillas fracturadas. La boca seca, bien seca de un sabor a menta que me avisa de tus ojos frescos. Este es un cuento sobre ella y sobre mí. Es este cuento, un cuento escrito en un avión, una noche en la que la hora cambia de acuerdo a los destinos. Me parece que cruzamos Asunción y su viento nos sacude los tobillos y las alas.En Asunción se me ocurre la

El Pinta

Luego de manipular las letras, comenzó con los números. Era el pintor de letras más famoso del pueblo.  Cada comercio, cada cartel de la principal avenida, pequeña por cierto pero principal al fin había pasado por el pincel y el pincel había sido sostenido por las manos de Enrique, más conocido como El Pinta. Todos los pasacalles, carteles políticos, fúnebres, timberos, deportivos, declaraciones de amor, de arrepentimiento de tentación, de dolor tenían Enrique, El Pinta.  Una letra curva y siempre de colores básicos. Las emes mayúsculas las hacía con delicada curvita y las erre con una pancita deliciosa. Las a herían con sus puntas y las eles parecían patearle el trasero a alguien. El Pinta siempre recordaba el inicio de su oficio: “Yo tenía quince años cuando descubrí la carta de mi  madre sobre la mesa”. La historia es bien conocida: la carta de la madre en la mesa de la cocina, el silencio de lugar, y la madre en silencio, junto a la mesa de la cocina donde había dejado