Por Matías Rótulo Las mariposas del Cementerio de La Teja son fúnebres. Vuelan sin la gracia del Prado, ni la frescura del Parque Rodó. En el Cementerio de La Teja, las mariposas vuelan de luto colorido. Es una cuestión de escenografía. Detrás de cada telón hay una tragedia, hay una comedia (porque la vida se convierte a veces en una o en otra, o más en una que en otra, según la circunstancia). El público recorre cada pequeña e inmóvil lápida y parece que el nombre a rendir homenaje no pasó del programa del teatro que lo presenta como hijo, padre, hermano, suegro, amigo, amante, novia, hija, suegra, nuera, amiga, hermana… Cada uno en este acto tiene un papel. Ya no hay nadie que responda. Los diálogos son monólogos centrados en el pasado que supone un final poco feliz. La muerte nunca puede ser infeliz sin embargo, porque quien vivió murió y quien murió vivió pero la ambición humana nos lleva a pecar queriendo más y más vida. Menos y menos muerte. Hay una trastienda, con