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Que me trague un cocodrilo

Como la consigna actual es tener éxito, quiero que me trague un cocodrilo. Así ocurrió aquel 13 de enero de 1865 cuando a las doce y media en punto, Iván Matvieyich, “sintió la comezón súbita de ver el cocodrilo que exhibían…”. Por Matías Rótulo  El cuento “El Cocodrilo” del ruso Fiodor Dostoievski (1821-1881), a pesar de la distancia histórica y geográfica plantea el debate sobre el individualismo, el capitalismo, la sociedad del entretenimiento y hoy agregaríamos el por entonces desconocido posmodernismo (o por lo menos sirve como aporte al estudio de estos fenómenos o modelos vigentes en la actualidad). El capitalista, es decir el dueño del cocodrilo, no quiere que maten al animal para que se salve un hombre que fue literalmente tragado por la bestia. El hombre, desde adentro del cocodrilo insiste que si el espectáculo de ver a un cocodrilo con un hombre adentro (el hombre no se ve desde afuera), genera ganancias, no debe desperdiciarse dichas ganancias salvándolo de

Muñecas rusas

¿Cómo hace una sociedad que condena ciertos aspectos de su sociedad, para esconder lo que su propia Cultura construyó con el correr de los siglos? ¿Cómo hará Rusia para condenar a sus propios héroes, a su propio pasado cultural y hasta político que toleró (no en todos los tiempos), la homosexualidad? Por Matías Rótulo “ Yo siempre supe como es el juego lucha en el barro con tus amigas” Indio Solari, “Black Russian” El gobierno ruso (con un alto apoyo de la sociedad de aquel país) enfrentó en 2016 una demanda internacional (que terminó en la nada, claro está), una demanda moral en el marco de las medidas que imponen la prohibición de imágenes o contenidos en medios de comunicación sobre relaciones  “no tradicionales”. Es decir, no se permitía emitir publicidad que promuevan las relaciones homosexuales. La medida restrictiva del gobierno  es para que niños y niñas no padezcan las consecuencias, tal como se explica desde Moscú. Para que tenga una idea, si esto fuera Rusia,

Acto de bondad

Hay personas que se sienten bien levantando perritos de la calle o atándose a un árbol para que no lo tiren o militando en un sindicato o rezando por el alma de alguuen. Sienten esa satisfacción de la bondad por el hecho realizado hacía un otro.  Yo, lo que hago, es darle la razón a la gente. Sí, ante una controversia que me involucra le doy la razón a las personas. No hay nada más satisfactorio que tener la razón, ser dueño de la verdad, el poseedor de la respuesta correcta. Pero no hay nada más hermoso que hacer feliz al prójimo al hacerle sentir ese nirvana por sabiduría. Yo sé que tengo razón, pero voy y le digo al otro "qué gran verdad". ¡Qué placer el ver la cara de goce de aquel que me enfrenta, ganándome la pequeña batalla de la mente! Pero yo me voy satisfecho, tras haber recuperado por un ratito, el espíritu de alguien.  ¿Ustedes qué piensan? Pueden darme felicidad o yo puedo hacerlos felices con un simple comentario.  MR

Lágrimas de cocodrilo

Un cuento de Dostoievski y uno de Felisberto están en un diálogo, tal vez no buscado, pero en sintonía entre sí. La conexión de los cuentos se dio cuando el autor de este artículo escuchó a un vendedor ambulante en un ómnibus.  Por Matías Rótulo  El cuento de Felisberto Hernández es un llamado al arte. El personaje es un músico, concertista de piano que tiene la facilidad de ponerse a llorar, así sin más. Ese es su arte. El arte de la música, y el arte de llorar. Con la música genera algo  ¿Qué genera? Una impresión. Con el llanto provoca (es provocativo) pero además provoca en el otro (en quien lo ve llorar) una impresión, una idea, y logra una venta. Eso es arte. Entonces me subo al 76 en Garibaldi y 8 de Octubre. Después comienza su actuación el vendedor ambulante y ofrece la estampita. Cuenta la historia como si fuera el recitado de un escolar. No… como si fuera el libreto de un relator comercial en partidos de fútbol. Carece del tono extasiado por los gritos

Fito Páez: Los años salvajes y el movimiento del culo

Che Fito, no vendés un disco. Flaco, te pusiste comercial después de El Amor después del amor. Fito, yo te escuchaba en los ochenta y hacías buena música. Fito, siempre hacés lo mismo. Fito, cambiaste y sos un desastre. Fito, te hacés el rockero. Fito, te falta rock. Fito son K.  Por Matías Rótulo En Los Años Salvajes , el nuevo disco de Fito Páez hay una conjunción de todo eso. No, no quiero hablar del disco, sino de los comentarios. Desde un comentario voy a criticar a los comentarios, anulando así el propio sentido de todo esto, haciendo un ejercicio "intelectualizante" (tal como me acusó un querido lector de este blog). Pero los que escuchan a Fito están a medio camino entre los intelectuales y los analfabetos. Yo escucho a Fito, y lo digo "intelectualizando" ¿Soy un intelectual?  ¿Se dan cuenta que la gente sigue leyendo blogs? De la misma manera, la gente sigue escuchando discos, a Fito, a Dylan, a L-Gante. Porque la música es un ejercicio sentimental, único