“El lector culto sabe que Shakespeare y Walter Scott representaron ambos a sus enterradores como gente alegre y divertida, con el fin de impresionar más la imaginación con el contraste”. A. S. Pushkin D entro del ataúd: el muerto. Afuera los parientes lloran desconsolados, bajo la luz de la tristeza que ilumina el salón fúnebre, pintado de un gris muy claro y cuadros llenos de vida con flores que nunca se marchitan en la pintura. Recordar parece ser un desconsolante acto de amor en toda ceremonia de este tipo. El café con el gusto amargo de la boca seca de la madrugada triste, que se impone al olor de las flores de la corona con su banda, que dice solemnemente “tus amigos”. Flores tristemente inútiles para el muerto. Más aún si el cajón permanece cerrado para cuidar la compostura del finado, su integridad moral, su decencia. Una decencia envuelta en su cuerpo, envuelto su cuerpo en la mortaja, cosechando la temperatura necesaria para que luego el g
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