E l piano retumbó de golpe y con fúnebre temblor la entrada de la bandera... un paso, otro paso, un paso, otro paso. Se detuvo el mejor estudiante del curso. En lo alto, la tela del sol radiante era el orgullo del niño elegido por tener los ojos en los libros, y ahora, gozando con los ojos al cielo mirando lo elevado del zigzagueante emblema, el pecho se le inflaba de aire frío. Junio nunca había estado tan helado. Silencioso zumbar del viento pampero, colorido movimiento del dulce y suave sentir, nada iguala a su lucir su lucir. El piano afinaba su solemnidad, eran las tres de la tarde, do jamás se pone el sol, se pone el sol. Cuando las filas de niños vestidos de blanco con moña azul fue planchado por las maestras hasta que quedaron almidonados a su puesto, manoteando por lo bajo al compañero, al amigo, al compinche, un niño descubrió la herida de la mirada, el perfume, la inviolable inocencia, son canciones de victoria, las que entona el tremolar... La mirada pertenecía